viernes, 10 de julio de 2009

ALFONSO CÓRDOBA, MÁS “BRUJO” POR SABIO QUE POR “DIABLO”

Por José Fernando Perilla

Luego de 83 años de existencia, el pasado 26 de junio Alfonso Córdoba falleció en Quibdó, ciudad que de manera análoga al propio “Brujo”, como mejor se le conoció a este ilustre personaje, está ubicada en el corazón del departamento del Chocó. Allí mismo nació “El brujo” en el año 1926, cuando el misterio del río Atrato guardaba con celo miles de historias y vivencias propias del negro colombiano.

Siendo uno de los más reconocidos músicos del pacífico colombiano, la obra del “Brujo” es homenaje a la tierra en que formó desde pequeño un talento especial para escribir canciones; y también homenaje a su padre, boga de profesión que además del transporte, tuvo a cargo entretener todos aquellos pasajeros que definieron su existencia con las bondades del río. Allí identifico el meritorio “Brujo” las fuentes para innumerables cantos y cuentos que se suman a labores que realizó como orfebre, carpintero, joyero, calígrafo y constructor de instrumentos, con los que amenizó desde bailes y fiestas locales hasta medianos conciertos en diversas ciudades de Colombia.

La música del “Brujo” responde en gran medida a la tradición cubana, influyente en toda Colombia desde los albores de la industria discográfica y la radiodifusión. Además de los tríos de boleros, a la orden del día estuvieron sonoridades tipo sexteto y orquestales tipo “Sonora Matancera”, en la programación de emisoras como CMQ y Radio Progreso, que desde Cuba propagaron por buena parte del caribe el sentir musical de la Habana, llegando incluso hasta aquel remoto departamento colombiano.

Por entonces, años 30, 40, la navegación a vapor incrementaba su presencia en el río Atrato, lo que puso en contacto creciente a Quibdo con el planeta. Para el desarrollo musical es de destacar la llegada de los discos y sus aparatos reproductores, además de personas foráneas con sus propias tradiciones. Estas fueron condiciones para el surgimiento de una generación de gran cuantía a la que pertenecieron, además del “Brujo”, músicos como Aristarco Perea, Augusto Lozano, Gastón Guerrero, Ignacio Hinestroza “Chagualo”, Víctor Dueñas Porras, Lucho Rentería “Cayayo” y Neptolio Córdoba, entre muchos otros.

Pero no fue solo Quibdo el contexto musical del “Brujo”, y no fue el Atrato el único río que subió y bajó. También recorrió el Baudó y el San Juan, ríos del Choco que van a dar al Pacífico en tierras de Chirimía y Marimba. El Atrato por su parte desemboca en un caribe bullerenguero, sextetero y de bandas. Con 20 años de edad el “Brujo” la pasó entre Cartagena y Barranquilla, donde ratificó su reconocimiento como constructor de muñecos y disfraces para gozar en carnaval, una faceta que ya venía en desarrollo desde la infancia.

En la capital del Atlántico “El Brujo” conformó “Los Mayorales del ritmo”. Inmerso en la industria musical, se movilizó con esta a la ciudad de Medellín. Su voz quedó registrada como parte de los coros de una agrupación insigne del denominado “chucu chucu”, nada menos que los “Teen Agers”. Con este tipo de propuestas, “Brujo” a bordo, se dio inicio en los años 60 a una nueva etapa para el desarrollo musical con base en la tradición del caribe, de la que hoy seguimos recogiendo variados frutos.

De nuevo en Quibdo, por el año 63 el “Brujo” conformó “Los negros del Ritmo”, agrupación a la que pertenecieron Gerardo Rendón y Julio Cesar Valdés, integrantes del “Trío Atrato” con quienes grabó tres de sus canciones cerca de 40 años después. De esta agrupación, “Los negritos...”, se conoce una hermosa fotografía incluida en el folleto del disco “El Brujo y su timba – Música del viejo Chocó”. Allí encontramos al Brujo, inmerso en un formato que incluye trompeta, dos saxos, guitarra, conga y timbal. Y qué contento se le ve, lástima que no se le escuche.

“Los negritos del ritmo”, nos cuentan allí al lado de la foto, estuvo sonando entre el 62 y el 73. La época de otro grande del pacífico colombiano, Peregoyo y su Combo Vacaná. Quizá algo similar haya sido su sonido. Luego vinieron dos bandas, “El Brujo y su Timba” y “El Brujo y su banda”, como preámbulo para un corta participación del “Brujo” en la nómina del “Grupo Niche” durante los años 80, cuando se radicó en la ciudad de Bogotá. Por ese entonces la “Orquesta Guayacán” publicaba su segundo disco “Que la sangre se alborote”, 1987, que incluyó “Son Cepillao con Minué”, tema del “Brujo” que se convirtió en un éxito de la agrupación, motivo por el cual fue incluido nueve años más tarde en una compilación de 16 grandes éxitos de la orquesta, “La otra cara”.

Otros éxitos del “Brujo” en manos de “Guayacán”, fueron la canciones “Vano retorno” y “Nostalgia africana”, canción esta que por otros lares grabó Yuri Buenaventura. “Mojarra eléctrica” incluyó en “Raza”, su segunda producción, “La Pataleta”. Estos registros de sus canciones en el medio discográfico se suman al álbum “Los brujos del son”, que Alfonso Córdoba grabó en 1989 en compañía del vocalista chocoano Napoleón Cossio y al disco titulado “Nostalgia africana” del año 1998.

En cuanto a sus agrupaciones no sobra mencionar además a “El Brujo y su banda”, “Grupo Africanto”, “Sukundún” y “Raza”. Fue esta la forma que encontró Alfonso Córdoba para dejar plasmado su talento e inagotable imaginación. Tristemente, en la actualidad se consiguen solo dos discos, uno junto al mencionado Trío Atrato, “Chocó, cantos de río, selva y ciudad” y lo más reciente, “El brujo y su Timba, música del viejo Chocó”, dos producciones realizadas por Guana Records, a cuyas notas se deben buena parte de los datos consignados en este escrito.

El sabio “Brujo” tuvo la fortuna de vivir en carne propia un tormentoso y a la vez paradisíaco siglo. La industria musical, emergente en el momento que dio rienda suelta a sus aventuras, reconoció muy poco su particular talento. Ahora, en la recta final, jóvenes entusiastas se dieron a la tarea de desenterrar aquella leyenda, por lo cual esperamos como póstumo homenaje, la publicación de al menos dos documentales sobre su vida y su basto numero de canciones.
Paz en la tumba del “Brujo” y felicidad para los vivos que podemos recordarlo por sus valiosas canciones.

jueves, 2 de julio de 2009

LOS SABORES DEL PORRO

San Pelayo –Córdoba – Colombia

Por Luisa Piñeros

El porro se cultiva silvestremente en el patio de las casas cordobesas. En los solares se toca, en la plaza se baila, en las escuelas se enseña.

Dentro del ADN de los habitantes de la región, vienen incluidos bombardinos, clarinetes, trompetas, redoblantes, bombos, platillos y voces que por décadas han ayudado a consolidar un movimiento musical que reafirma la identidad sínuense.

El Festival del Porro de San Pelayo celebró durante el 26 y el 29 de Junio, su edición número 33, iniciando desde 1977 de forma rudimentaria pero con la intuición de poner al porro en el status que ha ganado en estos largos años.

Pisar tierra pelayera es entrar en un mundo desconocido en el que poco a poco sus habitantes se encargan de mostrar. Así como las puertas de las casas permanecen abiertas, los corazones están de par en par para compartir con foráneos como yo.

El festival se empieza a vivir justo en el momento en el que las bandas hacen su arribo una tras otra a la plaza principal. Su carta de presentación y la manera de decir aquí llegamos, es la interpretación de algún porro tapado, palitiao, fandango o cumbión. Con esa primera impresión, los espectadores y lugareños, empiezan a tomarle la temperatura a los concursantes.

Las noches en la tarima Maria Varila estuvieron llenas de notas en diferentes géneros. Como preámbulo a la mágica Alborada, los motores los calentamos con Adriana Lucia, Juancho Torres y su Orquesta, La Banda Maria varilla de san Pelayo, el cuarteto Oreste ( hijos de Pablo Flores ), y la banda 20 de diciembre de Cotorra. Con toda esta música encima, la descarga llegó a eso de las 4 de la mañana, recibiendo el alba, dándole los buenos días al porro. Durante casi dos horas emprendimos un recorrido detrás de las bandas que iban rumbo a la tarima principal para entre todas conformar la Gran Banda Pelayera. Más de 500 músicos en tarima, interpretando al unisino el himno nacional ; temas como “ soy Pelayero “ y el gran cierre con el “ Maria Varilla “, el más representativo del festival. Justo en ese momento de alucinación sonora, tuve un instante de lucidez para entender que el porro es una actitud, un rito místico y religioso, una danza, una forma culinaria, una energía que se mete por los pies y desemboca en un baile incitador, coqueto, femenino, donde tienes que bailar con los brazos arriba, abrazando al viento que trae los sonidos para tu alma.

Solo puedes sonreír ante el espasmo de emociones que produce vivr una alborada. Te olvidas de dónde vienes, dejas de existir como individuo para entregarte al regocijo colectivo, a la dicha de existir, a la gracia de estar vivo , al placer del baile. El cuerpo se transforma, el porro está vivo.

En san Pelayo no se duerme, se toma ron y se baila en cada esquina. Se viven los desfiles callejeros, se come sancocho pelayero, diabolines, suero con yuca, se toma jugo de carambolo, te refrescas con raspado de colores, te emparrandas con la gente , te enamoras en la rueda de fandango, te entregas a la música y ella te recibe con la calidez que tienen las cosas sencillas.

Este festival es la consecuencia de una herencia musical que se ha pasado de forma oral y también enseñada. De niños ya están contagiados con su cultura, la defienden , la bailan con sus tías, la tocan en las calles. El sabor que queda luego de convivir durante cuatro días con estas personas que parecieras conocer de siempre, es de gratitud por no dejar morir sus tradiciones, por hacerle resistencia a esos híbridos culturales del mundo moderno. En sus hogares se vive la fiesta y las tarimas son el espacio propicio para recordar la importancia del baile. Cada año, los pelayeros se engalanan para mostrar lo mejor de su cultura, son grandes anfitriones, y desde ahora, grandes amigos mios del porro.

Costeños de agua dulce, cienagueros , habitantes de la riviera del sinú , gracias por tan bellos sonidos. Si la vida lo permite empacaré mi mochila, mi sombrero 21 vueltas y un par de sandalias para no parar de bailar.

Que vivan los sabores del porro.