lunes, 27 de abril de 2009

A mover la platica

La montaña vigila la ciudad, cuida a los habitantes, ella más que nadie sabe a qué suena ese asfalto, alerta desde su imponente mirada las ideas de los músicos, cela sus pensamientos, despierta y se acuesta con ellos. Y es justamente allí, en la capital de la montaña, donde proliferan un buen número de inquietos seres por el arte del sonido.

De pie, en el cerro del cacique Nutibara, abro mis oídos al calidoscopio que encuentro en una urbe que se empeña en crecer sin límite alguno. Y así como se expande la ciudad, cada vez es más amplio el abanico musical; porque Medellín tiene ese no sé qué que tanto me atrae, una misteriosa particularidad sin adjetivo, pero con verbos tan sensibles como: “bailar”, “vacilar”, “componer”, “tocar”, “pensar”, “sentir” y “querer”. Es sabroso y profundo, melancólico y alegre, hay tango y rock, arepa y mondongo, y forasteros como el Reggeton, que han logrado violar el oído de los jóvenes, privándolos de disfrutar lo que se cultiva en la tierrita tricolor.

En las salas de ensayo Artefacto, G-95, Jontre, Alejo García, Providencia, EL Colectivo, Green Monkey, Polaroid, Parlantes, De Bruces a Mí, La República o, Puerto Candelaria, siguen nadando contra la corriente, haciendo caso omiso a las tendencias comerciales para embarcarse sin pelos en la lengua en su propia travesía por la Independencia musical.

Hoy, volando por encima de las nubes, observando desde miles de pies de altura un pedacito de la geografía de Locombia y con el rugido del motor de fondo, una robusta canción retumba en mi mente, como un eco que no se va, con la resaca viva de una noche interminable y difícilmente inolvidable. TARTAMUDO de Gordo`s Project logra opacar el ruido y colarse en mi playlist mental. Ellos son un claro ejemplo de las dificultades de ser artista, en términos capitalistas, y de vivir en una ciudad cuyos espacios para el arte son reducidos, mientras las ideas tienen que vivir aprisionadas porque no hay quien les de luz verde para despegar. Algo infortunado, pero aún así nadie baja la guardia, rompen las barreras y cruzan espesas nubes, como las que hacen tambalear este pájaro de acero que me lleva de vuelta a la capital con una inquietud: sobra talento pero falta acción y visión.

Estoy por aterrizar, el piloto ha anunciado la abrochada del cinturón para descender en lo que para muchos es la panacea, la gran metrópoli. Aquí o allá, estamos en las mismas, mientras no haya compromiso, unión y un objetivo claro, nuestros músicos y su arte seguirán siendo intentos en vano. No hay nada mejor que casa, versa el señor Cerati, pero quisiera que esta casa fuera una sola y que en ella hubiese cabida para todos.

Veo por la ventana mi montaña cachaca y entiendo que toda esa cordillera es una sola. A mover la patica, es lo que queda por hacer, mientras un milagro nos salva.