Por: Luisa Piñeros
Y mi querida capital esta efervescente de premios, eventos y conciertos. Llega por primera vez la realización de los aclamados MTV, acaban de pasar los ya casi trillados premios shock, se viene pierna arriba grandes shows como Depeche Mode, The Killers y en 2010 Coldplay. Qué bueno que esta ciudad sea cada día epicentro de shows dignos de un público grande y asiduo de música.
Semanalmente y en diferentes puntos del país, el músico colombiano de bajo perfil y grandes ideas se las está ingeniando para tener una visibilidad notable en medio de tanta demanda musical, teniendo en cuenta que la competencia ha dejado de ser local para sumergirse en una globalidad avasallante que exige calidad y profesionalismo y que obliga a dar el grito de independencia y colonizar los oídos del mundo sin necesidad de repetir las fórmulas efectivas del mercado, no hay por qué copiar e imitar equivocadamente los estereotipos de otras culturas que han sido exitosas. La clave está en mirar hacia acá, volver a la raíz, reconocernos como hijos de indígenas y negros, provenientes de una raza mestiza con poder absoluto para hacer auténtica música.
A gritos estamos pidiendo la unión de todos para entender este encantador fenómeno que hemos vivido en el último siglo y que hasta ahora está en su primera fase de reconocimiento. Al igual que los españoles cuando llegaron a colonizarnos y se encontraron con una tierra exótica y rica en todos los sentidos, y se quedaron maravillados frente a tanta exuberante belleza que los llevo a cometer el error de esclavizarnos para robar nuestra riqueza; es hora de mirar el pasado y reencontrarnos con lo que somos: chicha, guarapo, yuca, papa y baile. Gaita, tambora, arpa, requinto, guacharaca y aguardiente. Somos Petronio, Mono Núñez, san Pelayo, Carranga; somos Edmundo Arias, Velandia Y La tigra, Flautas Caucanas, chirimias, Bullerengue, Música de agua, Vallenato, Pop, capachos y mamona, viche y ríos cristalinos para inspirar una canción que te puede tocar el corazón con mucho son.
Por eso no hay premios que se le igualen a vivir de cerca los festivales de nuestro país, no hay concierto foráneo que te llene el alma comparado con un auténtico músico que toca su marimba, un tamborero que se quema las manos en los cueros; una mujer que te imante al interpretar un bullerengue a orillas del mar. Nada se compara como vivir y ser parte de los sonidos colombianos. Así que adelante porque atrás no dejaron nada, que en cada esquinita de este ecléctico país se viva el mestizaje con tolerancia, identidad y lo más importante amor, amor por mi tierra.
Hasta la próxima, sigue moviendo la patica . Paz y luz en tus oídos.
domingo, 11 de octubre de 2009
martes, 15 de septiembre de 2009
De los parques, los bares y la fortuna del rumbero
Por José Fernando Perilla
Lo más esperado de Jazz al Parque es cosa del pasado. En su conjunto, el desarrollo del festival reunió charlas, talleres, ruedas de negocios para que los músicos subsistan y por supuesto conciertos desarrollados en dos jornadas, los días 12 y 13 de septiembre. Hubo de todo. En ese sentido se cumplieron los propósitos expresados por Maria Claudia Parias, directora general de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, quien en la introducción a una ilustrativa cartilla dedicada a la programación, plantea los festivales al parque como “escenarios donde se valida la diversidad, la inclusión y la interculturalidad”.
Al decir que hubo de todo, me refiero tanto a la música como al público. Por lo mismo y tanto cosas que gustan y que disgustan, según por dónde se le coja al toro. Cuando volví a mi casa luego de medio concierto del “Groove Collective”, agrupación final, cedí a esa tentación humana de tenerlo todo cuantificado y bien clasificadito. Así que lista en mano hice cuentas de cuántos me habían gustado de los que vi, para tener un balance objetivo de mi experiencia en el festival.
Basura. No digo que sea imposible, habrá quien logre generar esos acertados juicios de valor en torno a las intervenciones de cada grupo en particular y un consolidado del festival en general (son pocos los que lo hacen en este país). Pero aquí prefiero irme por la fácil sencillez de la “opinión” (de lo contrario me puede pasar algo, uno nunca sabe). Además, como reza la canta, “todos estamos implicados”, mucho más este servidor que prestó sus opiniones al comité asesor del festival, con mucho gusto y orgullo por cierto.
Así las cosas y para ser más ilustrativo, les digo honorables lectoras que, cumpliendo con otro firme propósito de la filarmónica, lo que más goza uno de estos festivales, efectivamente, es el encuentro con otros ciudadanos. Sobre todo en los intermedios entre concierto y concierto cuando pulula la rajadera y los discursos en torno a lo que debería ser y no ser de la música en Colombia, pero que misteriosamente, habiendo tanto sabio por ahí, sigue y no sigue siendo.
Hasta Chávez y Uribe pasaron un rato en la cámara ardiente del murmullo. De ahí para arriba, cada uno de los músicos participantes tuvo su cuarto de gloria y su condena en el infierno de la sabiduría popular. Yo por supuesto aporté mis reflexiones circundado por personas cercanas entre las cuales lo máximo que puede pasar es no estar de acuerdo. Pero eso es muy raro, porque entre amigos con afinidades en gustos musicales, fácilmente se llega a consensos.
Por eso ahora quiero reproducir algunas de mis opiniones y algo de lo que recuerdo haber escuchado de la masa. Para ver si alguien opina diferente a mi pequeño círculo y ofrece, si se anima, una perspectiva alterna a la de este difusor. Vuelvo a mi tentativa cuantificadora solo para contarles que no pude verlo todo. Lamento haberme perdido algunos de los que me perdí, otros sencillamente se me escaparon y ya. Así que me referiré solo a algunas cosas que llamaron particularmente mi atención.
I.
En Colombia debería haber un museo de la música, con exposiciones constantes de discografías, rarezas así como afiches de grandes conciertos, archivos de audio y video con anuncios de fechas musicales memorables, archivos de prensa, videoclips, algo así como lo que hicieron una vez en el museo nacional con el rock, pero constante. Y de todo tipo de música. En ese museo, con juegos para niños y grandes, con entrada libre y con un bonito bar, debería haber una tarima con back line para que constantemente tocaran todos los pioneros.
El bar que fuera a la usanza de las épocas, como el de la escena memorable de “Pulp fiction”. Y que los pioneros se sintieran “en su salsa” y uno de paso se dejara contagiar. Una reproducción fidedigna de alguno de todos esos bares que siempre se mencionan con nostalgia. Tal vez así estos músicos no tendrían necesidad de empeñar el saxofón, como tristemente lo reconoció alguno de los homenajeados en el momento de recibir su placa memorable.
Quizá de esa forma tendrían espacio los pioneros para continuar expresándose de manera recurrente, ejercer su profesión como es debido y evitar ese rompimiento generacional que no permite que en Bogotá las jóvenes generaciones acepten con mayor agrado lo que hacen en el escenario (cada-casi-nunca) aquellas luminarias, y que al mismo tiempo no les permite a aquellos dejarse contagiar de las nuevas sonoridades. Tal vez de esa manera, uno sentiría que no está visitando un museo a la usanza decimonónica, con inamovibles vitrinas, sino que esta recogiendo de verdad los frutos y las experiencias del pasado de manera provechosa.
Julio Arnedo es un pecador. Un hereje. Andaba yo en una ocasión circulando por los camerinos del Teatro Colsubsidio “Roberto Arias Pérez”, en espera de una de las presentaciones de los “Veteranos del Caribe”. Algunos murmuraban, como siempre, en torno a la “salida del estilo” que minutos antes había cometido el emérito patriarca. Resulta que en la prueba de sonido Arnedo el padre se había despachado un solo infernal que nos dejó a todos posesos de una sensación de libertad algo peligrosa en su virtud revolucionaria.
En mi gusto, eventos de esa naturaleza han calado hondo y atribuyo a su efecto malévolo que cuando me encuentro con ejecuciones tan determinantemente impecables, cuasi angelicales, como traídas directamente del paraíso para deleite del inmundo, pues no me gusten. Es lo que me pasó, por ejemplo, con propuestas como la de Greg Diamond, que como su nombre lo indica, brilla por su pulcritud e irrompible tesón en el momento de abanderar el virtuosismo y la limpieza. Tal cual, fue impecable, como los costosos diamantes.
II.
Por otro lado estuvo la mano negra, la del carbonero, la sucia mano negra. De no ser porque en el bar “El Anónimo” todo es de ese mismo color, la indolente hubiera dejado miserables las paredes cuando algunos días antes se le vio salvaje en el escenario. El jueves 10 de Septiembre de 2009 hubo una noche memorable en ese oscuro lugar. Algunos de los músicos más contestatarios de la capital se reunieron para compartir escenario con algunos de los músicos más contestatarios del festival Jazz al Parque. La música contestataria estuvo a cargo del cuarteto de Ricardo Gallo y de remate, “The Cheap Landscape Trío”, liderado por Sebastián Cruz. Ambos colombianos, ambos de visita desde Nueva York. Contestatarios.
Para que no se doble la rama, diré de Gallo tan solo que fue como estar viendo “The song remains the same”. No como en estática vitrina por supuesto, pero en esencia, the same. Cruz por su parte, es el director musical y guitarrista de la banda de Lucía Pulido, invitada internacional del festival en cuestión. Asomaron por estas tierras el par de exiliados en compañía de Ted Poor, batería, Adam Kolker en el clarinete y el bajista Stomu
Takeishi, que se pone a tocar descalzo y como en pijama. Cochino.
Si, cochino, inmundo, pecador condenado. “A quien le guste el raga indú, el punk y el vallenato...” fue la manera en que Sebastián invocó los mil demonios en el bar. Y estos tres, Cruz, Takeishi y Poor, parecían como las malas ánimas quemándose en el infierno. ¿Que si eso era jazz? Yo creo que si, pero no sé, no me atrevo a asegurarlo. (Me puede pasar algo, uno nunca sabe). Lo cierto es que estos tres dementes, con o sin jazz, fueron los invitados. Y la propuesta de Lucía, jazz o no jazz, estuvo en el festival y fue un gran logro.
Sé que Jeannette Riveros, coordinadora general del festival, hace rato quería traer a la señora Pulido. Mucha gente quería verla y como ella misma lo dijo, llevaba 15 años haciendo música en la meca del jazz y nunca habíamos visto nada y casi ni escuchado, porque tristemente de sus discos ninguno se consigue en Colombia. Por eso en las sesiones del comité asesor hubo discutido consenso en el momento que su nombre desfiló por la pasarela de propuestas.
El primer canto de Lucía, inspirado en las expresiones musicales asociadas a las labores del campo en las llanuras ganaderas de Colombia, despertó no solo los aplausos del público, si no también un sol radiante que parecía como dándole la bienvenida luego de un buen rato de nubes inciertas. Un incauto papel brillante sobrevoló al público mientras Takeishi, de nuevo en pijama, daba muestra de una expresión fresca, sin las ataduras de formalismos recurrentes, eso que llaman clichés. Su juego era como el de ese papel, bello y sucio, rebelde. “¿Por qué me pega?” fue como una canción mandada a hacer para el momento.
Y así continuaron “Canoa Rancha”, “María en el mar”, “El niño quiere”, “Yo no tengo quien me quiera”, esta solo con bajo y voz en una atmósfera difusa que logró esa melancólica esencia de la música negra, con textos de otro condenado, Manuel Mejía Vallejo. Finalmente un vertiginoso fandango, “Déjala llorar”. Son canciones que se incluyen en el disco “Luna Menguante”, pero de seguro podrían haber sido muchas otras. En el pasado, Lucia recibió de manos de Manuel Zapata Olivella un casette cargado de tradición. Dos condiciones le impuso el emérito maestro: disfrutar y aprender.
Puede considerarse entonces una deuda cancelada, además con intereses, representados en un público entusiasta que expresó con sus aplausos estar en esa misma coordenada.
III.
Tuve que ausentarme justo para “Migthy Groove” y logré volver solo para el final de Adrian Iaies. “Un músico de jazz”, es como se denominó este argentino en entrevista concedida a Deysa Rayo en la emisora. Yo de metiche le había preguntado por el tango y por la temible libertad de la actualidad musical en el mundo. Él insistió en no pertenecer a la raigambre tanguera, insistió en abanderar con cada disco los ideales del jazz. Yo, al escuchar las piezas finales de su concierto, entendí lo tonto de pretender andar alineado con una denominación.
Aquí cualquier hippie resulta siendo un punketo y hasta el “calvo con botas” la pasa encantado en jazz al parque. Y gracias a dios, de lo contrario pensaría yo en volver a la caverna. No nos entendimos muy bien con Iaies al conversar por la emisora. Y aún sigo sin entender muchas cosas. Curiosamente la confusión de una pregunta dio pie para una gran respuesta en la que definitivamente se estableció la creatividad como la salvación del ser humano.
Al final de su concierto uno de los sabios se acercó y me dijo: “Me quedo con Mighty Groove, esos pelados proponen nuevas cosas, me parece mejor que este jazz mamón...”. Cambiamos de tema al rato pero yo quedé pensando que no, que no era mamón, y lo que no entiendo es cómo ese estilo tradicional, de manera misteriosa, suena actual. Y más me confundo cuando escucho cosas que sí me suenan aterradoramente anquilosadas. ¿Qué es, por el altísimo, qué es lo que sucede en un acorde, en una melodía, en una letra, en un mínimo gesto, un ruido... qué es lo que avanza con vitalidad en la música?
IV.
Antes de que terminara “South People” estaba por fuera una vez más. A lo último me ofrecieron una boleta para ver a Ronald Carter en el Teatro Libre y opté por perderme el concierto de Rik Mol. Al día siguiente el guitarrista de la joven banda bogotana me corchó al preguntarme cómo me había parecido su concierto. Cobarde le conteste que muy bueno. Me remató al puntualizar sobre la cantante que salió al final y en el desubique yo ni siquiera recordaba qué había sucedido.
Ahora le ofrezco disculpas públicas. La verdad presté atención al concierto de “South People”, pero la perdí al poco tiempo y seguramente cuando ella se paró en el escenario, yo me encontraba parqueando en Chapinero.
Tampoco pude llegar temprano a “Head Quartet” (descaro, perdónenme por favor, debo ser sincero). Pero alcancé a ver y escuchar una Big Band Siglo XXI latinoamericano sin fronteras en tensión. Deberían volver a invitar a la “Simón Bolivar” para celebrar el bicentenario (risas pregrabadas). O mejor, debería tener Colombia una propuesta así de atrevida, que en su repertorio primaran las obras nuevas de compositores nuevos y que de golpe grabaran un disco para que supieran sus integrantes que de esa forma jamás se van a ganar un grammy.
“Audiotrópico” me recordó tangencialmente la sensación que tuve con la presentación de “Puerto Candelaria” un año atrás. Coincidieron en su intención de “levantar” al público. La diferencia, además de musical por supuesto, es de experiencia. “Audiotrópico” es una banda joven, igual que “South People”, de la que esperamos desde ya su anunciado primer disco (de “South People” señoras, “Audiotrópico” lo publicó en el 2007).
Me gustó ver que la gente se entusiasmó con estos jóvenes bogotanos. Algunos atrás incluso bailaron con un frenesí sorprendente, parecían escuchando el Sonido Bestial. Yo por mi parte estaba haciendo “mala jeta”. Pero el tonto es uno que quiere que todo los grooveros suenen de una vez como “Medeski, Martin and Wood”, y eso nunca será así. Yo creo que tanto a “Audiotrópico” como a “South People” les queda, no todo, pero si buena parte de un camino muy difícil. Porque cuando lo nuevo es la única consigna los resultados pueden ser o no ser satisfactorios. Pero cuando decide uno meterse con estilos de tan amplio reconocimiento, me refiero al funk, a la timba, al hip hop, entre otros, tiene la responsabilidad de salir con algo por lo menos, igual de bueno a lo anterior.
Por eso insisto en que debería haber un escenario constante para los pioneros. Porque muchas cosas aquí ya sucedieron, pero se olvidaron. Y poderlas ver constantemente sería sin duda la mejor escuela. Como cuando uno tiene de nuevo la oportunidad de ver a Claudia Gómez o a Antonio Arnedo. Ellos no son de los pioneros, pero tampoco la vanguardia. Y entre lo uno y lo otro es peligroso que sus experiencias caigan en el olvido. A diferencia de los pioneros, cada uno de ellos cuenta con una nutrida discografía. Eso es muy favorable. Lo triste es tenerlos en concierto tan rara vez.
V.
Claudia Gómez se presentó en Bogotá de manera recurrente más o menos en el momento que publicó su disco más reciente, “Majagua”, cerca del año 2005. Verla cantar en bares solo con su guitarra, en el Teatro Colón junto al “Colectivo Colombia” dirigido por Arnedo, o verla en trío junto a las voces de Paula Ríos y Victoria Sur, son experiencias que reposan en mi memoria con honores. Pero tengo la sensación de que poco a poco se van quedando en el pasado.
Y esa iniciativa de Arnedo, el “Colectivo Colombia”, que tristemente no prosperó con mucha fuerza, sin duda sería mucho más efectivo que montar las canciones para el concierto de “Jazz al Parque”. Recuerdo a Claudia junto a Puerto Candelaria, a Guafa Trío con Curupira, y al mismo Arnedo improvisando sobre la base de esta banda bogotana, que también se va quedando y se va quedando...
Fue muy grato ver a Claudia Gómez en el festival. Una voz madura, de la que pueden tomar muy buen ejemplo las demás vocalistas que desfilaron por la tarima. Esta mujer encarna una generación a la que le tocó más difícil. La muestra está en los escasos discos de jazz que se conocen de los 80 y los 90. Sus acompañante, por ejemplo, Germán Sandoval, “vaca sagrada” del desarrollo de esta práctica en el contexto nacional, aún está luchando por sacar su producción en condiciones ideales que él con justo empeño desea para plasmar su música, pero que tristemente en este medio difícilmente llegarán.
VI.
Un comentario de otro sabio despertó mi risa y una nueva reflexión. “Arnedo se volvió a hechar el cuento del clarinetista loco...”. Éste lo recibí al volver con afán al festival. También me perdí la presentación de Arnedo en Jazz al Parque, pero pude verlo en el Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional de Colombia, el mismo día de la mano negra referida.
En el “León” no se hecho ese cuento. Se hecho otro, se hecho el cuento de su música, una de las más queridas en el escaso panorama del jazz colombiano. A muchos les molesta que Arnedo “siempre toque lo mismo”. A mi no. A mi no porque creo que puedo contar con los dedos de las manos las ocasiones en las que he podido verlo en escena y además sus discos me gustan. Su música me gusta y su humor no es tan bueno, pero juega bien con el resto de sucesos. Una vez vino con Jerónimo Carmona y Carto Brandán, los músicos de su más reciente disco. Que difícil para mi fue ese concierto. Mucho antes estuvo en la Luis Ángel Arango con Satoshi Takeishi, una presentación única que debió haber estado llena de niños.
Ahora lo acompañó en la batería Ted Poor, ya mencionado. Me refiero a él porque de los que conformaron el grupo en esta ocasión, fue el músico que menos contacto había tenido con Arnedo y por lo menos en el concierto del León, fue de los más atrevidos. Muchos colombianos se sienten orgullosos de que ciertos aspectos rítmicos de la música costeña sean confusos para músicos de otras regiones del planeta. Ese cuento me ha parecido desde siempre una falacia, ya lo había rebatido Satoshi y ahora lo remató Ted Poor. Y si alguien tiene dudas, por favor remítase a la más reciente publicación de Pacho Dávila y escuche a Pheroan Aklaff, presente también en el “Bunde Nebuloso” de Monsalve.
VII.
Con el entusiasmo de la escena vivida con Lucía, le dije a Gina Savino, poco antes del concierto, “cuando cantes, va a salir el sol”. Qué poca cosa, casi al mismo tiempo se le vino aguacero. Bueno aguacero no, fue una dosis bien medida de gotas que con fortuna lograron ubicarme en ese estado de introversión acorde con el timbre sutil de esta hermosa bogotana.
Gina Savino, al igual que Claudia Gómez, poco nada tiene que ver con el imaginario recurrente de la voz femenina asociada a la diva jactanciosa. Todo lo contrario. Gina tiene un estilo único como resultado del buen gusto, del estudio y de muchos influjos que ella deja brotar con justicia, dando espacio cómodo para una tripleta excepcional con la que ronda en escenarios desde unos buenos meses para acá. Juan Carlos Padilla, bajista, Pedro Acosta, baterista, son músicos capaces de recrear el tipo de jazz que enmarcó esta práctica con esa odiosa etiqueta de “música para élites”. Pero justamente, gracias al férreo conocimiento de sus instrumentos en ejemplar armonía con el gozo, logran derribar por completo la barrera y en conclusión, producir felicidad con cada sonido.
El otro mosquetero, ilustre Jaime Andrés Castillo... podrían pasar horas de carreta. No tantas, eso si, como las que quisiera uno estar escuchando su manera de tocar, sin duda una lección de improvisación y multiplicidad estilística. Para mi, el guitarrista más creativo del festival, profundamente conmovedor en temas como “Desolación”, medio arabesco, o “Enamorao”, que si no me traiciona la memoria, cerró aquel bello concierto. Para ese momento había cesado la llovizna. Los ánimos calmados, como en hipnosis, cedieron con gusto al encanto del único solo como tal que tuvo Gina. Tal vez no, no lo sé, así lo sentí.
Creo que no hizo falta más, creo que no sobro nada. “Enamorao”, que bella canción.
VIII.
Gritos desgarrados de emoción, reacciones extáticas, vértigo inclemente, técnica desbordada, luces apropiadas, emoción, entrega, control, descontrol, libertad, amor, satisfacción, elegancia y vitalidad. “En ningún lugar”. En esas se me aparece de nuevo el sabio y me dice: “Pero ese jazz ya lo hemos escuchado...”. Yo estaba demasiado a gusto, no quería discutir, así que el sabio siguió con sus exposición objetiva de las circunstancias: “Demasiado redoble el de Anzola, tal vez si lo guardara para momentos especiales, brillaría más...”
El sabio sabe mucho, mucho en realidad. Y con sus conocimientos, que me transmite de vez en cuando, me hace reflexionar sobre mis gustos y de paso cuestiono con agrado mis inclinaciones emocionales. Tal vez lo que más me impactó de Anzola fue, paradójicamente, no haber escuchado en todo el festival, y antes en muy pocas ocasiones, un desborde tan controlado y salvaje a la vez, de música virtuosa. Muy virtuosa, si, pero ante todo música.
El sabio delató mi ignorancia. Yo, a diferencia de él, no había escuchado “ese jazz”. Por eso me gustó, porque lo más emocionante de la música es vivirla con esa ansiedad que por naturaleza siente el humano ante cualquiera nueva persona-animal-o-cosa. Me gustó porque uno mismo se reinventa en cada nueva oportunidad que tiene de encontrarse la música de frente. Porque si uno está dispuesto, puede sentir que cada concierto es una razón para seguir respirando con agrado.
IX.
La música es una buena causa y por eso su efecto a veces se pone peligroso. Que alegría. Me gusta Bogotá por sus limitadas oportunidades. Me gusta porque aquí es difícil hacer música, a la par de la bailable y de esa que no sirve para nada. Pero yo, mal católico, llego tan solo a ser un afortunado testigo que se dedica a escucharla donde quiera que aparezca. Por eso en parte intento no perderme Jazz al Parque. Y por eso, sobre todas las cosas, por eso mismito es que desde infante me ha gustado, me gusta e intentaré que me siga gustando la poderosa pachanga, esa que es viva, negra, sucia, pecadora y sin nombre.
Gracias.
Bogotá, septiembre 15 de 2009.
(A mi hijo Adán).
Lo más esperado de Jazz al Parque es cosa del pasado. En su conjunto, el desarrollo del festival reunió charlas, talleres, ruedas de negocios para que los músicos subsistan y por supuesto conciertos desarrollados en dos jornadas, los días 12 y 13 de septiembre. Hubo de todo. En ese sentido se cumplieron los propósitos expresados por Maria Claudia Parias, directora general de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, quien en la introducción a una ilustrativa cartilla dedicada a la programación, plantea los festivales al parque como “escenarios donde se valida la diversidad, la inclusión y la interculturalidad”.
Al decir que hubo de todo, me refiero tanto a la música como al público. Por lo mismo y tanto cosas que gustan y que disgustan, según por dónde se le coja al toro. Cuando volví a mi casa luego de medio concierto del “Groove Collective”, agrupación final, cedí a esa tentación humana de tenerlo todo cuantificado y bien clasificadito. Así que lista en mano hice cuentas de cuántos me habían gustado de los que vi, para tener un balance objetivo de mi experiencia en el festival.
Basura. No digo que sea imposible, habrá quien logre generar esos acertados juicios de valor en torno a las intervenciones de cada grupo en particular y un consolidado del festival en general (son pocos los que lo hacen en este país). Pero aquí prefiero irme por la fácil sencillez de la “opinión” (de lo contrario me puede pasar algo, uno nunca sabe). Además, como reza la canta, “todos estamos implicados”, mucho más este servidor que prestó sus opiniones al comité asesor del festival, con mucho gusto y orgullo por cierto.
Así las cosas y para ser más ilustrativo, les digo honorables lectoras que, cumpliendo con otro firme propósito de la filarmónica, lo que más goza uno de estos festivales, efectivamente, es el encuentro con otros ciudadanos. Sobre todo en los intermedios entre concierto y concierto cuando pulula la rajadera y los discursos en torno a lo que debería ser y no ser de la música en Colombia, pero que misteriosamente, habiendo tanto sabio por ahí, sigue y no sigue siendo.
Hasta Chávez y Uribe pasaron un rato en la cámara ardiente del murmullo. De ahí para arriba, cada uno de los músicos participantes tuvo su cuarto de gloria y su condena en el infierno de la sabiduría popular. Yo por supuesto aporté mis reflexiones circundado por personas cercanas entre las cuales lo máximo que puede pasar es no estar de acuerdo. Pero eso es muy raro, porque entre amigos con afinidades en gustos musicales, fácilmente se llega a consensos.
Por eso ahora quiero reproducir algunas de mis opiniones y algo de lo que recuerdo haber escuchado de la masa. Para ver si alguien opina diferente a mi pequeño círculo y ofrece, si se anima, una perspectiva alterna a la de este difusor. Vuelvo a mi tentativa cuantificadora solo para contarles que no pude verlo todo. Lamento haberme perdido algunos de los que me perdí, otros sencillamente se me escaparon y ya. Así que me referiré solo a algunas cosas que llamaron particularmente mi atención.
I.
En Colombia debería haber un museo de la música, con exposiciones constantes de discografías, rarezas así como afiches de grandes conciertos, archivos de audio y video con anuncios de fechas musicales memorables, archivos de prensa, videoclips, algo así como lo que hicieron una vez en el museo nacional con el rock, pero constante. Y de todo tipo de música. En ese museo, con juegos para niños y grandes, con entrada libre y con un bonito bar, debería haber una tarima con back line para que constantemente tocaran todos los pioneros.
El bar que fuera a la usanza de las épocas, como el de la escena memorable de “Pulp fiction”. Y que los pioneros se sintieran “en su salsa” y uno de paso se dejara contagiar. Una reproducción fidedigna de alguno de todos esos bares que siempre se mencionan con nostalgia. Tal vez así estos músicos no tendrían necesidad de empeñar el saxofón, como tristemente lo reconoció alguno de los homenajeados en el momento de recibir su placa memorable.
Quizá de esa forma tendrían espacio los pioneros para continuar expresándose de manera recurrente, ejercer su profesión como es debido y evitar ese rompimiento generacional que no permite que en Bogotá las jóvenes generaciones acepten con mayor agrado lo que hacen en el escenario (cada-casi-nunca) aquellas luminarias, y que al mismo tiempo no les permite a aquellos dejarse contagiar de las nuevas sonoridades. Tal vez de esa manera, uno sentiría que no está visitando un museo a la usanza decimonónica, con inamovibles vitrinas, sino que esta recogiendo de verdad los frutos y las experiencias del pasado de manera provechosa.
Julio Arnedo es un pecador. Un hereje. Andaba yo en una ocasión circulando por los camerinos del Teatro Colsubsidio “Roberto Arias Pérez”, en espera de una de las presentaciones de los “Veteranos del Caribe”. Algunos murmuraban, como siempre, en torno a la “salida del estilo” que minutos antes había cometido el emérito patriarca. Resulta que en la prueba de sonido Arnedo el padre se había despachado un solo infernal que nos dejó a todos posesos de una sensación de libertad algo peligrosa en su virtud revolucionaria.
En mi gusto, eventos de esa naturaleza han calado hondo y atribuyo a su efecto malévolo que cuando me encuentro con ejecuciones tan determinantemente impecables, cuasi angelicales, como traídas directamente del paraíso para deleite del inmundo, pues no me gusten. Es lo que me pasó, por ejemplo, con propuestas como la de Greg Diamond, que como su nombre lo indica, brilla por su pulcritud e irrompible tesón en el momento de abanderar el virtuosismo y la limpieza. Tal cual, fue impecable, como los costosos diamantes.
II.
Por otro lado estuvo la mano negra, la del carbonero, la sucia mano negra. De no ser porque en el bar “El Anónimo” todo es de ese mismo color, la indolente hubiera dejado miserables las paredes cuando algunos días antes se le vio salvaje en el escenario. El jueves 10 de Septiembre de 2009 hubo una noche memorable en ese oscuro lugar. Algunos de los músicos más contestatarios de la capital se reunieron para compartir escenario con algunos de los músicos más contestatarios del festival Jazz al Parque. La música contestataria estuvo a cargo del cuarteto de Ricardo Gallo y de remate, “The Cheap Landscape Trío”, liderado por Sebastián Cruz. Ambos colombianos, ambos de visita desde Nueva York. Contestatarios.
Para que no se doble la rama, diré de Gallo tan solo que fue como estar viendo “The song remains the same”. No como en estática vitrina por supuesto, pero en esencia, the same. Cruz por su parte, es el director musical y guitarrista de la banda de Lucía Pulido, invitada internacional del festival en cuestión. Asomaron por estas tierras el par de exiliados en compañía de Ted Poor, batería, Adam Kolker en el clarinete y el bajista Stomu
Takeishi, que se pone a tocar descalzo y como en pijama. Cochino.
Si, cochino, inmundo, pecador condenado. “A quien le guste el raga indú, el punk y el vallenato...” fue la manera en que Sebastián invocó los mil demonios en el bar. Y estos tres, Cruz, Takeishi y Poor, parecían como las malas ánimas quemándose en el infierno. ¿Que si eso era jazz? Yo creo que si, pero no sé, no me atrevo a asegurarlo. (Me puede pasar algo, uno nunca sabe). Lo cierto es que estos tres dementes, con o sin jazz, fueron los invitados. Y la propuesta de Lucía, jazz o no jazz, estuvo en el festival y fue un gran logro.
Sé que Jeannette Riveros, coordinadora general del festival, hace rato quería traer a la señora Pulido. Mucha gente quería verla y como ella misma lo dijo, llevaba 15 años haciendo música en la meca del jazz y nunca habíamos visto nada y casi ni escuchado, porque tristemente de sus discos ninguno se consigue en Colombia. Por eso en las sesiones del comité asesor hubo discutido consenso en el momento que su nombre desfiló por la pasarela de propuestas.
El primer canto de Lucía, inspirado en las expresiones musicales asociadas a las labores del campo en las llanuras ganaderas de Colombia, despertó no solo los aplausos del público, si no también un sol radiante que parecía como dándole la bienvenida luego de un buen rato de nubes inciertas. Un incauto papel brillante sobrevoló al público mientras Takeishi, de nuevo en pijama, daba muestra de una expresión fresca, sin las ataduras de formalismos recurrentes, eso que llaman clichés. Su juego era como el de ese papel, bello y sucio, rebelde. “¿Por qué me pega?” fue como una canción mandada a hacer para el momento.
Y así continuaron “Canoa Rancha”, “María en el mar”, “El niño quiere”, “Yo no tengo quien me quiera”, esta solo con bajo y voz en una atmósfera difusa que logró esa melancólica esencia de la música negra, con textos de otro condenado, Manuel Mejía Vallejo. Finalmente un vertiginoso fandango, “Déjala llorar”. Son canciones que se incluyen en el disco “Luna Menguante”, pero de seguro podrían haber sido muchas otras. En el pasado, Lucia recibió de manos de Manuel Zapata Olivella un casette cargado de tradición. Dos condiciones le impuso el emérito maestro: disfrutar y aprender.
Puede considerarse entonces una deuda cancelada, además con intereses, representados en un público entusiasta que expresó con sus aplausos estar en esa misma coordenada.
III.
Tuve que ausentarme justo para “Migthy Groove” y logré volver solo para el final de Adrian Iaies. “Un músico de jazz”, es como se denominó este argentino en entrevista concedida a Deysa Rayo en la emisora. Yo de metiche le había preguntado por el tango y por la temible libertad de la actualidad musical en el mundo. Él insistió en no pertenecer a la raigambre tanguera, insistió en abanderar con cada disco los ideales del jazz. Yo, al escuchar las piezas finales de su concierto, entendí lo tonto de pretender andar alineado con una denominación.
Aquí cualquier hippie resulta siendo un punketo y hasta el “calvo con botas” la pasa encantado en jazz al parque. Y gracias a dios, de lo contrario pensaría yo en volver a la caverna. No nos entendimos muy bien con Iaies al conversar por la emisora. Y aún sigo sin entender muchas cosas. Curiosamente la confusión de una pregunta dio pie para una gran respuesta en la que definitivamente se estableció la creatividad como la salvación del ser humano.
Al final de su concierto uno de los sabios se acercó y me dijo: “Me quedo con Mighty Groove, esos pelados proponen nuevas cosas, me parece mejor que este jazz mamón...”. Cambiamos de tema al rato pero yo quedé pensando que no, que no era mamón, y lo que no entiendo es cómo ese estilo tradicional, de manera misteriosa, suena actual. Y más me confundo cuando escucho cosas que sí me suenan aterradoramente anquilosadas. ¿Qué es, por el altísimo, qué es lo que sucede en un acorde, en una melodía, en una letra, en un mínimo gesto, un ruido... qué es lo que avanza con vitalidad en la música?
IV.
Antes de que terminara “South People” estaba por fuera una vez más. A lo último me ofrecieron una boleta para ver a Ronald Carter en el Teatro Libre y opté por perderme el concierto de Rik Mol. Al día siguiente el guitarrista de la joven banda bogotana me corchó al preguntarme cómo me había parecido su concierto. Cobarde le conteste que muy bueno. Me remató al puntualizar sobre la cantante que salió al final y en el desubique yo ni siquiera recordaba qué había sucedido.
Ahora le ofrezco disculpas públicas. La verdad presté atención al concierto de “South People”, pero la perdí al poco tiempo y seguramente cuando ella se paró en el escenario, yo me encontraba parqueando en Chapinero.
Tampoco pude llegar temprano a “Head Quartet” (descaro, perdónenme por favor, debo ser sincero). Pero alcancé a ver y escuchar una Big Band Siglo XXI latinoamericano sin fronteras en tensión. Deberían volver a invitar a la “Simón Bolivar” para celebrar el bicentenario (risas pregrabadas). O mejor, debería tener Colombia una propuesta así de atrevida, que en su repertorio primaran las obras nuevas de compositores nuevos y que de golpe grabaran un disco para que supieran sus integrantes que de esa forma jamás se van a ganar un grammy.
“Audiotrópico” me recordó tangencialmente la sensación que tuve con la presentación de “Puerto Candelaria” un año atrás. Coincidieron en su intención de “levantar” al público. La diferencia, además de musical por supuesto, es de experiencia. “Audiotrópico” es una banda joven, igual que “South People”, de la que esperamos desde ya su anunciado primer disco (de “South People” señoras, “Audiotrópico” lo publicó en el 2007).
Me gustó ver que la gente se entusiasmó con estos jóvenes bogotanos. Algunos atrás incluso bailaron con un frenesí sorprendente, parecían escuchando el Sonido Bestial. Yo por mi parte estaba haciendo “mala jeta”. Pero el tonto es uno que quiere que todo los grooveros suenen de una vez como “Medeski, Martin and Wood”, y eso nunca será así. Yo creo que tanto a “Audiotrópico” como a “South People” les queda, no todo, pero si buena parte de un camino muy difícil. Porque cuando lo nuevo es la única consigna los resultados pueden ser o no ser satisfactorios. Pero cuando decide uno meterse con estilos de tan amplio reconocimiento, me refiero al funk, a la timba, al hip hop, entre otros, tiene la responsabilidad de salir con algo por lo menos, igual de bueno a lo anterior.
Por eso insisto en que debería haber un escenario constante para los pioneros. Porque muchas cosas aquí ya sucedieron, pero se olvidaron. Y poderlas ver constantemente sería sin duda la mejor escuela. Como cuando uno tiene de nuevo la oportunidad de ver a Claudia Gómez o a Antonio Arnedo. Ellos no son de los pioneros, pero tampoco la vanguardia. Y entre lo uno y lo otro es peligroso que sus experiencias caigan en el olvido. A diferencia de los pioneros, cada uno de ellos cuenta con una nutrida discografía. Eso es muy favorable. Lo triste es tenerlos en concierto tan rara vez.
V.
Claudia Gómez se presentó en Bogotá de manera recurrente más o menos en el momento que publicó su disco más reciente, “Majagua”, cerca del año 2005. Verla cantar en bares solo con su guitarra, en el Teatro Colón junto al “Colectivo Colombia” dirigido por Arnedo, o verla en trío junto a las voces de Paula Ríos y Victoria Sur, son experiencias que reposan en mi memoria con honores. Pero tengo la sensación de que poco a poco se van quedando en el pasado.
Y esa iniciativa de Arnedo, el “Colectivo Colombia”, que tristemente no prosperó con mucha fuerza, sin duda sería mucho más efectivo que montar las canciones para el concierto de “Jazz al Parque”. Recuerdo a Claudia junto a Puerto Candelaria, a Guafa Trío con Curupira, y al mismo Arnedo improvisando sobre la base de esta banda bogotana, que también se va quedando y se va quedando...
Fue muy grato ver a Claudia Gómez en el festival. Una voz madura, de la que pueden tomar muy buen ejemplo las demás vocalistas que desfilaron por la tarima. Esta mujer encarna una generación a la que le tocó más difícil. La muestra está en los escasos discos de jazz que se conocen de los 80 y los 90. Sus acompañante, por ejemplo, Germán Sandoval, “vaca sagrada” del desarrollo de esta práctica en el contexto nacional, aún está luchando por sacar su producción en condiciones ideales que él con justo empeño desea para plasmar su música, pero que tristemente en este medio difícilmente llegarán.
VI.
Un comentario de otro sabio despertó mi risa y una nueva reflexión. “Arnedo se volvió a hechar el cuento del clarinetista loco...”. Éste lo recibí al volver con afán al festival. También me perdí la presentación de Arnedo en Jazz al Parque, pero pude verlo en el Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional de Colombia, el mismo día de la mano negra referida.
En el “León” no se hecho ese cuento. Se hecho otro, se hecho el cuento de su música, una de las más queridas en el escaso panorama del jazz colombiano. A muchos les molesta que Arnedo “siempre toque lo mismo”. A mi no. A mi no porque creo que puedo contar con los dedos de las manos las ocasiones en las que he podido verlo en escena y además sus discos me gustan. Su música me gusta y su humor no es tan bueno, pero juega bien con el resto de sucesos. Una vez vino con Jerónimo Carmona y Carto Brandán, los músicos de su más reciente disco. Que difícil para mi fue ese concierto. Mucho antes estuvo en la Luis Ángel Arango con Satoshi Takeishi, una presentación única que debió haber estado llena de niños.
Ahora lo acompañó en la batería Ted Poor, ya mencionado. Me refiero a él porque de los que conformaron el grupo en esta ocasión, fue el músico que menos contacto había tenido con Arnedo y por lo menos en el concierto del León, fue de los más atrevidos. Muchos colombianos se sienten orgullosos de que ciertos aspectos rítmicos de la música costeña sean confusos para músicos de otras regiones del planeta. Ese cuento me ha parecido desde siempre una falacia, ya lo había rebatido Satoshi y ahora lo remató Ted Poor. Y si alguien tiene dudas, por favor remítase a la más reciente publicación de Pacho Dávila y escuche a Pheroan Aklaff, presente también en el “Bunde Nebuloso” de Monsalve.
VII.
Con el entusiasmo de la escena vivida con Lucía, le dije a Gina Savino, poco antes del concierto, “cuando cantes, va a salir el sol”. Qué poca cosa, casi al mismo tiempo se le vino aguacero. Bueno aguacero no, fue una dosis bien medida de gotas que con fortuna lograron ubicarme en ese estado de introversión acorde con el timbre sutil de esta hermosa bogotana.
Gina Savino, al igual que Claudia Gómez, poco nada tiene que ver con el imaginario recurrente de la voz femenina asociada a la diva jactanciosa. Todo lo contrario. Gina tiene un estilo único como resultado del buen gusto, del estudio y de muchos influjos que ella deja brotar con justicia, dando espacio cómodo para una tripleta excepcional con la que ronda en escenarios desde unos buenos meses para acá. Juan Carlos Padilla, bajista, Pedro Acosta, baterista, son músicos capaces de recrear el tipo de jazz que enmarcó esta práctica con esa odiosa etiqueta de “música para élites”. Pero justamente, gracias al férreo conocimiento de sus instrumentos en ejemplar armonía con el gozo, logran derribar por completo la barrera y en conclusión, producir felicidad con cada sonido.
El otro mosquetero, ilustre Jaime Andrés Castillo... podrían pasar horas de carreta. No tantas, eso si, como las que quisiera uno estar escuchando su manera de tocar, sin duda una lección de improvisación y multiplicidad estilística. Para mi, el guitarrista más creativo del festival, profundamente conmovedor en temas como “Desolación”, medio arabesco, o “Enamorao”, que si no me traiciona la memoria, cerró aquel bello concierto. Para ese momento había cesado la llovizna. Los ánimos calmados, como en hipnosis, cedieron con gusto al encanto del único solo como tal que tuvo Gina. Tal vez no, no lo sé, así lo sentí.
Creo que no hizo falta más, creo que no sobro nada. “Enamorao”, que bella canción.
VIII.
Gritos desgarrados de emoción, reacciones extáticas, vértigo inclemente, técnica desbordada, luces apropiadas, emoción, entrega, control, descontrol, libertad, amor, satisfacción, elegancia y vitalidad. “En ningún lugar”. En esas se me aparece de nuevo el sabio y me dice: “Pero ese jazz ya lo hemos escuchado...”. Yo estaba demasiado a gusto, no quería discutir, así que el sabio siguió con sus exposición objetiva de las circunstancias: “Demasiado redoble el de Anzola, tal vez si lo guardara para momentos especiales, brillaría más...”
El sabio sabe mucho, mucho en realidad. Y con sus conocimientos, que me transmite de vez en cuando, me hace reflexionar sobre mis gustos y de paso cuestiono con agrado mis inclinaciones emocionales. Tal vez lo que más me impactó de Anzola fue, paradójicamente, no haber escuchado en todo el festival, y antes en muy pocas ocasiones, un desborde tan controlado y salvaje a la vez, de música virtuosa. Muy virtuosa, si, pero ante todo música.
El sabio delató mi ignorancia. Yo, a diferencia de él, no había escuchado “ese jazz”. Por eso me gustó, porque lo más emocionante de la música es vivirla con esa ansiedad que por naturaleza siente el humano ante cualquiera nueva persona-animal-o-cosa. Me gustó porque uno mismo se reinventa en cada nueva oportunidad que tiene de encontrarse la música de frente. Porque si uno está dispuesto, puede sentir que cada concierto es una razón para seguir respirando con agrado.
IX.
La música es una buena causa y por eso su efecto a veces se pone peligroso. Que alegría. Me gusta Bogotá por sus limitadas oportunidades. Me gusta porque aquí es difícil hacer música, a la par de la bailable y de esa que no sirve para nada. Pero yo, mal católico, llego tan solo a ser un afortunado testigo que se dedica a escucharla donde quiera que aparezca. Por eso en parte intento no perderme Jazz al Parque. Y por eso, sobre todas las cosas, por eso mismito es que desde infante me ha gustado, me gusta e intentaré que me siga gustando la poderosa pachanga, esa que es viva, negra, sucia, pecadora y sin nombre.
Gracias.
Bogotá, septiembre 15 de 2009.
(A mi hijo Adán).
domingo, 23 de agosto de 2009
Los secretos del Pacifico y la Radio Nacional de Colombia
Durante cinco días, con sus 24 horas completas, la Radio Nacional de Colombia estuvo presente en la ciudad de Cali, viviendo de lleno la XIII edición del Petronio Álvarez, la fiesta más importante del litoral pacífico porque reafirma una raza, una música y una cultura.
El secreto fue develado a todos los que pudimos asistir a este mágico encuentro con el piano de la selva y sus acompañantes, una experiencia imborrable por la magnitud del sentimiento musical.
Más allá de un festival con ganadores es una experiencia de vida en la que se combinan sabores, bailes, amigos, negros y blancos, chontaduros y empanadas de tollo, luladas y pinchos callejeros, bombos y cununos, mariscos y manjar blanco, bebidas afrodisíacas que te permiten entrar en conexión con esa música que jamás habías escuchado. Son los secretos del pacífico hechos canción.
Para la Radio Nacional de Colombia fue un orgullo haber estado durantes los días de festival realizando el cubrimiento y lo más importante llevando al oído de los oyentes la marimba, los violines caucanos, la versión libre y la chirimia; cuatro modalidades que se premiaron al borde las 10:40 de la noche en la plaza de toros de cañaveralejo, el día 16 de agosto, en medio de la euforia de casi veinte mil espectadores que batieron sin césar ese símbolo del gozo absoluto: el pañuelo blanco.
A lo largo de seis horas estuvimos a acompañando a nuestros oyentes dentro y fuera del país, en una experiencia única de imaginar un lugar en el que la alegría es desbordada y la música el eje principal. Es la magia de la radio, la que te permite soñar, inventar el mundo y vivir a través del sonido.
Gracias por estar con nosotros, somos LA RADIO NACIONAL DE COLOMBIA.
El secreto fue develado a todos los que pudimos asistir a este mágico encuentro con el piano de la selva y sus acompañantes, una experiencia imborrable por la magnitud del sentimiento musical.
Más allá de un festival con ganadores es una experiencia de vida en la que se combinan sabores, bailes, amigos, negros y blancos, chontaduros y empanadas de tollo, luladas y pinchos callejeros, bombos y cununos, mariscos y manjar blanco, bebidas afrodisíacas que te permiten entrar en conexión con esa música que jamás habías escuchado. Son los secretos del pacífico hechos canción.
Para la Radio Nacional de Colombia fue un orgullo haber estado durantes los días de festival realizando el cubrimiento y lo más importante llevando al oído de los oyentes la marimba, los violines caucanos, la versión libre y la chirimia; cuatro modalidades que se premiaron al borde las 10:40 de la noche en la plaza de toros de cañaveralejo, el día 16 de agosto, en medio de la euforia de casi veinte mil espectadores que batieron sin césar ese símbolo del gozo absoluto: el pañuelo blanco.
A lo largo de seis horas estuvimos a acompañando a nuestros oyentes dentro y fuera del país, en una experiencia única de imaginar un lugar en el que la alegría es desbordada y la música el eje principal. Es la magia de la radio, la que te permite soñar, inventar el mundo y vivir a través del sonido.
Gracias por estar con nosotros, somos LA RADIO NACIONAL DE COLOMBIA.
lunes, 10 de agosto de 2009
Una cita con el 'Piano de la Selva'
Por Luisa Piñeros
Radio Nacional de Colombia, presente en la XIII edición del Festival Petronio Álvarez.Comenzaremos por contar quién fue el señor Petronio Álvarez, el que por estos días anda de boca en boca, inspirando a músicos, seguidores, curiosos, novatos y afrodescendientes que se alistan para vivir de lleno la fiesta más grande del pacífico colombiano.
La maleta está empacada, con pañuelo blanco a bordo, lista para un encuentro casi sublime entre África, la Selva del Pacífico colombiano y una cultura rica en música y saberes.
“El músico colombiano Patricio Romano Petronio Álvarez Quintero, nació el 1 de octubre de 1914 en la Isla de Cascajal, cerca de Buenaventura, puerto del que en vida fue un enamorado y le inspiró su canción más conocida en la actualidad: “Mi Buenaventura”. Durante su infancia la música se convirtió en su principal medio de expresión, dedicándose a tocar guitarra antes de cumplir los 20 años de edad. En 1935 creó el conjunto musical “Buenaventura” y aunque la música del Pacífico fue su principal pasión, tuvo que dedicarse a oficios como el de notario y maquinista de la locomotora “La Palmera” de los Ferrocarriles Nacionales, hoy conservada como monumento nacional en Cali.
Este intérprete de sones, milongas, bambucos y currulaos, murió el 10 de diciembre de 1966 en Cali a los cincuenta y dos años. En su honor se le dio el nombre al Festival de Música del Pacifico “Petronio Álvarez”, que se celebra anualmente en Santiago de Cali.
Algunas de sus más reconocidas canciones con ritmo pacífico son: “Adiós a Colombia”, “El Cauca”, “Viendo Correr”, “Bome”, “Adiós al Puerto”, “Roberto Cuero”, “Cali, ciudad sultana” y el currulao “Mi Buenaventura”, que después de la primera grabación con Tito Cortés y Los Trovadores de Barú se popularizó en muchas otras voces y llegó a ser conocido como Himno de Buenaventura.
“Entre el 13 y el 16 de agosto la Plaza de toros de Cañaveralejo, ubicada en la Quinta con Guadalupe, se prepara para recibir diariamente a más de 15 mil espectadores para celebrar la XIII del Festival de la Música del Pacífico Petronio Álvarez. Un encuentro en el que se reivindican los valores culturales de nuestros afrodescendientes a través de la música.
Participantes de diferentes regiones del país, compiten durante cuatro días en las modalidades de “Versión Libre“, “Marimba”, “violines caucanos” y “Chirimía”. Estas cuatro categorías son la plataforma para vivir en medio de marimbas de chonta, cununos, guasa, baile, gastronomía, viche, tumbacatre, tomaseca y pañuelos blancos un encuentro inolvidable con los sonidos del litoral pacífico y su madre África.
Nombres como canalón, Herencia, Alegres de Timbiquí, Grupo Bahia, Chocquibtown, La Revuelta, chigualito, Nuevo Amanecer, Buscajá, Chonta cuero y Bambú, Grupo Palmeras, Ritmo Son, y cientos más, han hecho parte y estarán por primera vez batiéndose cara a cara con el público que mide la temperatura y la calidad del grupo en tarima según los hagan bailar.
La Radio Nacional de Colombia cubrirá el festival y transmitirá en directo el domingo 16 de agosto, de 5:00 p.m. a 11:00 p.m. Durante cuatro días todo girará en torno al bunde, bambucos viejos, jugas, currulaos, trajes con vistosos colores y la fuerza de una raza que está más viva que nunca.
El Homenaje del Año - José Antonio Torres – “Gualajo”“El pianista de la selva”El Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez rinde homenaje a José Antonio Torres “Gualajo” maestro de la marimba, catalogado por el Ministerio de Cultura como el mayor conocedor y mejor intérprete de la marimba de chonta, que ha sido reconocido por el Ministerio de Cultura con la medalla al mérito cultural que por los logros del músico en el exterior y en la conservación de los ritmos del pacífico.
No se pierda un solo detalle a través de nuestras 28 estaciones en todo el país y en nuestra página web www.radionacionaldecolombia.gov.co.
Participantes y Categorías
Versión Libre
Macharé de Buenaventura Valle, Karanganó de Cali, Guapi Son de Guapi Cauca, Esteros del Manglar de Cali, Pacifi Son de Buenaventura, Universidad Tecnológica del Chocó de Quibdó, Linaje de Pereira, Phoclórica de Bogotá, Grupo Chigualito de Bogotá, Ensamble Marimba Clarinete de Esmeralda Ecuador, Grupo Bentú Istmina Chocó, Mani Son Brothers de Cali, Tierradentro de Medellín, Sol Marea de la Tola de Cali, Chonta Urbana Guapi Cauca, Hojitas de Naranjo de Cali, Grupo folclórico Marimbas Bantúes de Medellín, Afroetnia de Palmira, Sin Nombre Son de Cali,Grupo los Porrongos IPC de Cali, Bareke Star de Bogotá, Palenke Abakwa de Bogotá, Asociación Afro Cultural Bambuco de Mosquera Ecuador, Jao y Malon de Florida Valle, Chirimía Orquesta Oro y Plata de la Universidad Pedagógica Nacional –Bogotá, Machanqueo Breiner Balanta Suarez, La Mojarra eléctrica de Bogotá, Grupo Folclórico Berejú de Cali.
Marimba
Tambores de la noche- Buenaventura, Boncará- Nariño, La juga-Palmira, Remolinos de oveja-Suarez, Grupo Folclórico Pura Sangre -Cali , Corporación de Música Tradicional Changó -Tumaco Nariño , Palmeras del Pacífico -Buenaventura , Chonta, cuero y Bambú-Ecuador , Fundación folclórica Manglares - Pradera Valle , Tulúa Negra –Tuluá , Nuevo amanecer-Bahía Málaga, Bombo y Guazá-Tumaco, Integración mi Caiceña-López de Micay Nariño- Tatabro- Cerrito Voces de la Marea-Guapi- Rio Timbiquí Timbiquí, Grupo Innovación Timbiquí, Santa Bárbara de Timbiquí , Renacer Saijeño Petrona Timbiquí, Estampas Folclóricas del Pacífico- Buenaventura, Alborada -Guapi Cauca, Ruiseñores del Pacífico –Buenaventura, Raíces Africanas-Buenaventura, Los Caracoles Cantoré del litoral pacífico –Buenaventura, Grupo Buscajá-Buenaventura, Tambores de la noche- Buenaventura, Matamba -Buenaventura, Huellas Africanas-Buenaventura, Pregones del Manglar- Buenaventura.
Violines Caucanos
Cantoras del Patía- Patía Cauca, Son del Tuno-Palmira Valle- Brisas de Catalina-Buenos Aires Cauca, Dejando Huellas- Puerto Tejada Cauca, Brisas de San Miguel-Vereda de San Miguel Cauca, Tambores del Cauca Suarez Cauca, Nuevo Amanecer Afro-Honduras Cauca, Auroras del Amanecer-Suarez Cauca, Caña Brava- La Toma Suarez, Grupo Musical Renovación-Coloto Cauca, Pluma Blanca- , Aires de Dominguillo.
Chirimía
Nostalgia Chirimía- Quibdó Chocó, La Chocuanita-A ntioquia, Ensueños del Pacífico Quibdó Chocó, Tanguí Chirimía, Quibdó Chocó , Tamborè Chirimía Quibdó Chocó, Raíces de Guajuí –Guapi Cauca, Somos Madera Quibdó Chocó, Grupo Mi Raza – Cali, Herencia Feminista Quibdó, Grupo África - Palmira Valle, Pinchindé-Quibdó Chocó, Son Bacoso, Golpe Femenino, Ancestros del Rio Napi, Choiba.
Radio Nacional de Colombia todos los sonidos en el Petronio Álvarez.
Radio Nacional de Colombia, presente en la XIII edición del Festival Petronio Álvarez.Comenzaremos por contar quién fue el señor Petronio Álvarez, el que por estos días anda de boca en boca, inspirando a músicos, seguidores, curiosos, novatos y afrodescendientes que se alistan para vivir de lleno la fiesta más grande del pacífico colombiano.
La maleta está empacada, con pañuelo blanco a bordo, lista para un encuentro casi sublime entre África, la Selva del Pacífico colombiano y una cultura rica en música y saberes.
“El músico colombiano Patricio Romano Petronio Álvarez Quintero, nació el 1 de octubre de 1914 en la Isla de Cascajal, cerca de Buenaventura, puerto del que en vida fue un enamorado y le inspiró su canción más conocida en la actualidad: “Mi Buenaventura”. Durante su infancia la música se convirtió en su principal medio de expresión, dedicándose a tocar guitarra antes de cumplir los 20 años de edad. En 1935 creó el conjunto musical “Buenaventura” y aunque la música del Pacífico fue su principal pasión, tuvo que dedicarse a oficios como el de notario y maquinista de la locomotora “La Palmera” de los Ferrocarriles Nacionales, hoy conservada como monumento nacional en Cali.
Este intérprete de sones, milongas, bambucos y currulaos, murió el 10 de diciembre de 1966 en Cali a los cincuenta y dos años. En su honor se le dio el nombre al Festival de Música del Pacifico “Petronio Álvarez”, que se celebra anualmente en Santiago de Cali.
Algunas de sus más reconocidas canciones con ritmo pacífico son: “Adiós a Colombia”, “El Cauca”, “Viendo Correr”, “Bome”, “Adiós al Puerto”, “Roberto Cuero”, “Cali, ciudad sultana” y el currulao “Mi Buenaventura”, que después de la primera grabación con Tito Cortés y Los Trovadores de Barú se popularizó en muchas otras voces y llegó a ser conocido como Himno de Buenaventura.
“Entre el 13 y el 16 de agosto la Plaza de toros de Cañaveralejo, ubicada en la Quinta con Guadalupe, se prepara para recibir diariamente a más de 15 mil espectadores para celebrar la XIII del Festival de la Música del Pacífico Petronio Álvarez. Un encuentro en el que se reivindican los valores culturales de nuestros afrodescendientes a través de la música.
Participantes de diferentes regiones del país, compiten durante cuatro días en las modalidades de “Versión Libre“, “Marimba”, “violines caucanos” y “Chirimía”. Estas cuatro categorías son la plataforma para vivir en medio de marimbas de chonta, cununos, guasa, baile, gastronomía, viche, tumbacatre, tomaseca y pañuelos blancos un encuentro inolvidable con los sonidos del litoral pacífico y su madre África.
Nombres como canalón, Herencia, Alegres de Timbiquí, Grupo Bahia, Chocquibtown, La Revuelta, chigualito, Nuevo Amanecer, Buscajá, Chonta cuero y Bambú, Grupo Palmeras, Ritmo Son, y cientos más, han hecho parte y estarán por primera vez batiéndose cara a cara con el público que mide la temperatura y la calidad del grupo en tarima según los hagan bailar.
La Radio Nacional de Colombia cubrirá el festival y transmitirá en directo el domingo 16 de agosto, de 5:00 p.m. a 11:00 p.m. Durante cuatro días todo girará en torno al bunde, bambucos viejos, jugas, currulaos, trajes con vistosos colores y la fuerza de una raza que está más viva que nunca.
El Homenaje del Año - José Antonio Torres – “Gualajo”“El pianista de la selva”El Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez rinde homenaje a José Antonio Torres “Gualajo” maestro de la marimba, catalogado por el Ministerio de Cultura como el mayor conocedor y mejor intérprete de la marimba de chonta, que ha sido reconocido por el Ministerio de Cultura con la medalla al mérito cultural que por los logros del músico en el exterior y en la conservación de los ritmos del pacífico.
No se pierda un solo detalle a través de nuestras 28 estaciones en todo el país y en nuestra página web www.radionacionaldecolombia.gov.co.
Participantes y Categorías
Versión Libre
Macharé de Buenaventura Valle, Karanganó de Cali, Guapi Son de Guapi Cauca, Esteros del Manglar de Cali, Pacifi Son de Buenaventura, Universidad Tecnológica del Chocó de Quibdó, Linaje de Pereira, Phoclórica de Bogotá, Grupo Chigualito de Bogotá, Ensamble Marimba Clarinete de Esmeralda Ecuador, Grupo Bentú Istmina Chocó, Mani Son Brothers de Cali, Tierradentro de Medellín, Sol Marea de la Tola de Cali, Chonta Urbana Guapi Cauca, Hojitas de Naranjo de Cali, Grupo folclórico Marimbas Bantúes de Medellín, Afroetnia de Palmira, Sin Nombre Son de Cali,Grupo los Porrongos IPC de Cali, Bareke Star de Bogotá, Palenke Abakwa de Bogotá, Asociación Afro Cultural Bambuco de Mosquera Ecuador, Jao y Malon de Florida Valle, Chirimía Orquesta Oro y Plata de la Universidad Pedagógica Nacional –Bogotá, Machanqueo Breiner Balanta Suarez, La Mojarra eléctrica de Bogotá, Grupo Folclórico Berejú de Cali.
Marimba
Tambores de la noche- Buenaventura, Boncará- Nariño, La juga-Palmira, Remolinos de oveja-Suarez, Grupo Folclórico Pura Sangre -Cali , Corporación de Música Tradicional Changó -Tumaco Nariño , Palmeras del Pacífico -Buenaventura , Chonta, cuero y Bambú-Ecuador , Fundación folclórica Manglares - Pradera Valle , Tulúa Negra –Tuluá , Nuevo amanecer-Bahía Málaga, Bombo y Guazá-Tumaco, Integración mi Caiceña-López de Micay Nariño- Tatabro- Cerrito Voces de la Marea-Guapi- Rio Timbiquí Timbiquí, Grupo Innovación Timbiquí, Santa Bárbara de Timbiquí , Renacer Saijeño Petrona Timbiquí, Estampas Folclóricas del Pacífico- Buenaventura, Alborada -Guapi Cauca, Ruiseñores del Pacífico –Buenaventura, Raíces Africanas-Buenaventura, Los Caracoles Cantoré del litoral pacífico –Buenaventura, Grupo Buscajá-Buenaventura, Tambores de la noche- Buenaventura, Matamba -Buenaventura, Huellas Africanas-Buenaventura, Pregones del Manglar- Buenaventura.
Violines Caucanos
Cantoras del Patía- Patía Cauca, Son del Tuno-Palmira Valle- Brisas de Catalina-Buenos Aires Cauca, Dejando Huellas- Puerto Tejada Cauca, Brisas de San Miguel-Vereda de San Miguel Cauca, Tambores del Cauca Suarez Cauca, Nuevo Amanecer Afro-Honduras Cauca, Auroras del Amanecer-Suarez Cauca, Caña Brava- La Toma Suarez, Grupo Musical Renovación-Coloto Cauca, Pluma Blanca- , Aires de Dominguillo.
Chirimía
Nostalgia Chirimía- Quibdó Chocó, La Chocuanita-A ntioquia, Ensueños del Pacífico Quibdó Chocó, Tanguí Chirimía, Quibdó Chocó , Tamborè Chirimía Quibdó Chocó, Raíces de Guajuí –Guapi Cauca, Somos Madera Quibdó Chocó, Grupo Mi Raza – Cali, Herencia Feminista Quibdó, Grupo África - Palmira Valle, Pinchindé-Quibdó Chocó, Son Bacoso, Golpe Femenino, Ancestros del Rio Napi, Choiba.
Radio Nacional de Colombia todos los sonidos en el Petronio Álvarez.
viernes, 10 de julio de 2009
ALFONSO CÓRDOBA, MÁS “BRUJO” POR SABIO QUE POR “DIABLO”
Por José Fernando Perilla
Luego de 83 años de existencia, el pasado 26 de junio Alfonso Córdoba falleció en Quibdó, ciudad que de manera análoga al propio “Brujo”, como mejor se le conoció a este ilustre personaje, está ubicada en el corazón del departamento del Chocó. Allí mismo nació “El brujo” en el año 1926, cuando el misterio del río Atrato guardaba con celo miles de historias y vivencias propias del negro colombiano.
Siendo uno de los más reconocidos músicos del pacífico colombiano, la obra del “Brujo” es homenaje a la tierra en que formó desde pequeño un talento especial para escribir canciones; y también homenaje a su padre, boga de profesión que además del transporte, tuvo a cargo entretener todos aquellos pasajeros que definieron su existencia con las bondades del río. Allí identifico el meritorio “Brujo” las fuentes para innumerables cantos y cuentos que se suman a labores que realizó como orfebre, carpintero, joyero, calígrafo y constructor de instrumentos, con los que amenizó desde bailes y fiestas locales hasta medianos conciertos en diversas ciudades de Colombia.
La música del “Brujo” responde en gran medida a la tradición cubana, influyente en toda Colombia desde los albores de la industria discográfica y la radiodifusión. Además de los tríos de boleros, a la orden del día estuvieron sonoridades tipo sexteto y orquestales tipo “Sonora Matancera”, en la programación de emisoras como CMQ y Radio Progreso, que desde Cuba propagaron por buena parte del caribe el sentir musical de la Habana, llegando incluso hasta aquel remoto departamento colombiano.
Por entonces, años 30, 40, la navegación a vapor incrementaba su presencia en el río Atrato, lo que puso en contacto creciente a Quibdo con el planeta. Para el desarrollo musical es de destacar la llegada de los discos y sus aparatos reproductores, además de personas foráneas con sus propias tradiciones. Estas fueron condiciones para el surgimiento de una generación de gran cuantía a la que pertenecieron, además del “Brujo”, músicos como Aristarco Perea, Augusto Lozano, Gastón Guerrero, Ignacio Hinestroza “Chagualo”, Víctor Dueñas Porras, Lucho Rentería “Cayayo” y Neptolio Córdoba, entre muchos otros.
Pero no fue solo Quibdo el contexto musical del “Brujo”, y no fue el Atrato el único río que subió y bajó. También recorrió el Baudó y el San Juan, ríos del Choco que van a dar al Pacífico en tierras de Chirimía y Marimba. El Atrato por su parte desemboca en un caribe bullerenguero, sextetero y de bandas. Con 20 años de edad el “Brujo” la pasó entre Cartagena y Barranquilla, donde ratificó su reconocimiento como constructor de muñecos y disfraces para gozar en carnaval, una faceta que ya venía en desarrollo desde la infancia.
En la capital del Atlántico “El Brujo” conformó “Los Mayorales del ritmo”. Inmerso en la industria musical, se movilizó con esta a la ciudad de Medellín. Su voz quedó registrada como parte de los coros de una agrupación insigne del denominado “chucu chucu”, nada menos que los “Teen Agers”. Con este tipo de propuestas, “Brujo” a bordo, se dio inicio en los años 60 a una nueva etapa para el desarrollo musical con base en la tradición del caribe, de la que hoy seguimos recogiendo variados frutos.
De nuevo en Quibdo, por el año 63 el “Brujo” conformó “Los negros del Ritmo”, agrupación a la que pertenecieron Gerardo Rendón y Julio Cesar Valdés, integrantes del “Trío Atrato” con quienes grabó tres de sus canciones cerca de 40 años después. De esta agrupación, “Los negritos...”, se conoce una hermosa fotografía incluida en el folleto del disco “El Brujo y su timba – Música del viejo Chocó”. Allí encontramos al Brujo, inmerso en un formato que incluye trompeta, dos saxos, guitarra, conga y timbal. Y qué contento se le ve, lástima que no se le escuche.
“Los negritos del ritmo”, nos cuentan allí al lado de la foto, estuvo sonando entre el 62 y el 73. La época de otro grande del pacífico colombiano, Peregoyo y su Combo Vacaná. Quizá algo similar haya sido su sonido. Luego vinieron dos bandas, “El Brujo y su Timba” y “El Brujo y su banda”, como preámbulo para un corta participación del “Brujo” en la nómina del “Grupo Niche” durante los años 80, cuando se radicó en la ciudad de Bogotá. Por ese entonces la “Orquesta Guayacán” publicaba su segundo disco “Que la sangre se alborote”, 1987, que incluyó “Son Cepillao con Minué”, tema del “Brujo” que se convirtió en un éxito de la agrupación, motivo por el cual fue incluido nueve años más tarde en una compilación de 16 grandes éxitos de la orquesta, “La otra cara”.
Otros éxitos del “Brujo” en manos de “Guayacán”, fueron la canciones “Vano retorno” y “Nostalgia africana”, canción esta que por otros lares grabó Yuri Buenaventura. “Mojarra eléctrica” incluyó en “Raza”, su segunda producción, “La Pataleta”. Estos registros de sus canciones en el medio discográfico se suman al álbum “Los brujos del son”, que Alfonso Córdoba grabó en 1989 en compañía del vocalista chocoano Napoleón Cossio y al disco titulado “Nostalgia africana” del año 1998.
En cuanto a sus agrupaciones no sobra mencionar además a “El Brujo y su banda”, “Grupo Africanto”, “Sukundún” y “Raza”. Fue esta la forma que encontró Alfonso Córdoba para dejar plasmado su talento e inagotable imaginación. Tristemente, en la actualidad se consiguen solo dos discos, uno junto al mencionado Trío Atrato, “Chocó, cantos de río, selva y ciudad” y lo más reciente, “El brujo y su Timba, música del viejo Chocó”, dos producciones realizadas por Guana Records, a cuyas notas se deben buena parte de los datos consignados en este escrito.
El sabio “Brujo” tuvo la fortuna de vivir en carne propia un tormentoso y a la vez paradisíaco siglo. La industria musical, emergente en el momento que dio rienda suelta a sus aventuras, reconoció muy poco su particular talento. Ahora, en la recta final, jóvenes entusiastas se dieron a la tarea de desenterrar aquella leyenda, por lo cual esperamos como póstumo homenaje, la publicación de al menos dos documentales sobre su vida y su basto numero de canciones.
Paz en la tumba del “Brujo” y felicidad para los vivos que podemos recordarlo por sus valiosas canciones.
Luego de 83 años de existencia, el pasado 26 de junio Alfonso Córdoba falleció en Quibdó, ciudad que de manera análoga al propio “Brujo”, como mejor se le conoció a este ilustre personaje, está ubicada en el corazón del departamento del Chocó. Allí mismo nació “El brujo” en el año 1926, cuando el misterio del río Atrato guardaba con celo miles de historias y vivencias propias del negro colombiano.
Siendo uno de los más reconocidos músicos del pacífico colombiano, la obra del “Brujo” es homenaje a la tierra en que formó desde pequeño un talento especial para escribir canciones; y también homenaje a su padre, boga de profesión que además del transporte, tuvo a cargo entretener todos aquellos pasajeros que definieron su existencia con las bondades del río. Allí identifico el meritorio “Brujo” las fuentes para innumerables cantos y cuentos que se suman a labores que realizó como orfebre, carpintero, joyero, calígrafo y constructor de instrumentos, con los que amenizó desde bailes y fiestas locales hasta medianos conciertos en diversas ciudades de Colombia.
La música del “Brujo” responde en gran medida a la tradición cubana, influyente en toda Colombia desde los albores de la industria discográfica y la radiodifusión. Además de los tríos de boleros, a la orden del día estuvieron sonoridades tipo sexteto y orquestales tipo “Sonora Matancera”, en la programación de emisoras como CMQ y Radio Progreso, que desde Cuba propagaron por buena parte del caribe el sentir musical de la Habana, llegando incluso hasta aquel remoto departamento colombiano.
Por entonces, años 30, 40, la navegación a vapor incrementaba su presencia en el río Atrato, lo que puso en contacto creciente a Quibdo con el planeta. Para el desarrollo musical es de destacar la llegada de los discos y sus aparatos reproductores, además de personas foráneas con sus propias tradiciones. Estas fueron condiciones para el surgimiento de una generación de gran cuantía a la que pertenecieron, además del “Brujo”, músicos como Aristarco Perea, Augusto Lozano, Gastón Guerrero, Ignacio Hinestroza “Chagualo”, Víctor Dueñas Porras, Lucho Rentería “Cayayo” y Neptolio Córdoba, entre muchos otros.
Pero no fue solo Quibdo el contexto musical del “Brujo”, y no fue el Atrato el único río que subió y bajó. También recorrió el Baudó y el San Juan, ríos del Choco que van a dar al Pacífico en tierras de Chirimía y Marimba. El Atrato por su parte desemboca en un caribe bullerenguero, sextetero y de bandas. Con 20 años de edad el “Brujo” la pasó entre Cartagena y Barranquilla, donde ratificó su reconocimiento como constructor de muñecos y disfraces para gozar en carnaval, una faceta que ya venía en desarrollo desde la infancia.
En la capital del Atlántico “El Brujo” conformó “Los Mayorales del ritmo”. Inmerso en la industria musical, se movilizó con esta a la ciudad de Medellín. Su voz quedó registrada como parte de los coros de una agrupación insigne del denominado “chucu chucu”, nada menos que los “Teen Agers”. Con este tipo de propuestas, “Brujo” a bordo, se dio inicio en los años 60 a una nueva etapa para el desarrollo musical con base en la tradición del caribe, de la que hoy seguimos recogiendo variados frutos.
De nuevo en Quibdo, por el año 63 el “Brujo” conformó “Los negros del Ritmo”, agrupación a la que pertenecieron Gerardo Rendón y Julio Cesar Valdés, integrantes del “Trío Atrato” con quienes grabó tres de sus canciones cerca de 40 años después. De esta agrupación, “Los negritos...”, se conoce una hermosa fotografía incluida en el folleto del disco “El Brujo y su timba – Música del viejo Chocó”. Allí encontramos al Brujo, inmerso en un formato que incluye trompeta, dos saxos, guitarra, conga y timbal. Y qué contento se le ve, lástima que no se le escuche.
“Los negritos del ritmo”, nos cuentan allí al lado de la foto, estuvo sonando entre el 62 y el 73. La época de otro grande del pacífico colombiano, Peregoyo y su Combo Vacaná. Quizá algo similar haya sido su sonido. Luego vinieron dos bandas, “El Brujo y su Timba” y “El Brujo y su banda”, como preámbulo para un corta participación del “Brujo” en la nómina del “Grupo Niche” durante los años 80, cuando se radicó en la ciudad de Bogotá. Por ese entonces la “Orquesta Guayacán” publicaba su segundo disco “Que la sangre se alborote”, 1987, que incluyó “Son Cepillao con Minué”, tema del “Brujo” que se convirtió en un éxito de la agrupación, motivo por el cual fue incluido nueve años más tarde en una compilación de 16 grandes éxitos de la orquesta, “La otra cara”.
Otros éxitos del “Brujo” en manos de “Guayacán”, fueron la canciones “Vano retorno” y “Nostalgia africana”, canción esta que por otros lares grabó Yuri Buenaventura. “Mojarra eléctrica” incluyó en “Raza”, su segunda producción, “La Pataleta”. Estos registros de sus canciones en el medio discográfico se suman al álbum “Los brujos del son”, que Alfonso Córdoba grabó en 1989 en compañía del vocalista chocoano Napoleón Cossio y al disco titulado “Nostalgia africana” del año 1998.
En cuanto a sus agrupaciones no sobra mencionar además a “El Brujo y su banda”, “Grupo Africanto”, “Sukundún” y “Raza”. Fue esta la forma que encontró Alfonso Córdoba para dejar plasmado su talento e inagotable imaginación. Tristemente, en la actualidad se consiguen solo dos discos, uno junto al mencionado Trío Atrato, “Chocó, cantos de río, selva y ciudad” y lo más reciente, “El brujo y su Timba, música del viejo Chocó”, dos producciones realizadas por Guana Records, a cuyas notas se deben buena parte de los datos consignados en este escrito.
El sabio “Brujo” tuvo la fortuna de vivir en carne propia un tormentoso y a la vez paradisíaco siglo. La industria musical, emergente en el momento que dio rienda suelta a sus aventuras, reconoció muy poco su particular talento. Ahora, en la recta final, jóvenes entusiastas se dieron a la tarea de desenterrar aquella leyenda, por lo cual esperamos como póstumo homenaje, la publicación de al menos dos documentales sobre su vida y su basto numero de canciones.
Paz en la tumba del “Brujo” y felicidad para los vivos que podemos recordarlo por sus valiosas canciones.
jueves, 2 de julio de 2009
LOS SABORES DEL PORRO
San Pelayo –Córdoba – Colombia
Por Luisa Piñeros
El porro se cultiva silvestremente en el patio de las casas cordobesas. En los solares se toca, en la plaza se baila, en las escuelas se enseña.
Dentro del ADN de los habitantes de la región, vienen incluidos bombardinos, clarinetes, trompetas, redoblantes, bombos, platillos y voces que por décadas han ayudado a consolidar un movimiento musical que reafirma la identidad sínuense.
El Festival del Porro de San Pelayo celebró durante el 26 y el 29 de Junio, su edición número 33, iniciando desde 1977 de forma rudimentaria pero con la intuición de poner al porro en el status que ha ganado en estos largos años.
Pisar tierra pelayera es entrar en un mundo desconocido en el que poco a poco sus habitantes se encargan de mostrar. Así como las puertas de las casas permanecen abiertas, los corazones están de par en par para compartir con foráneos como yo.
El festival se empieza a vivir justo en el momento en el que las bandas hacen su arribo una tras otra a la plaza principal. Su carta de presentación y la manera de decir aquí llegamos, es la interpretación de algún porro tapado, palitiao, fandango o cumbión. Con esa primera impresión, los espectadores y lugareños, empiezan a tomarle la temperatura a los concursantes.
Las noches en la tarima Maria Varila estuvieron llenas de notas en diferentes géneros. Como preámbulo a la mágica Alborada, los motores los calentamos con Adriana Lucia, Juancho Torres y su Orquesta, La Banda Maria varilla de san Pelayo, el cuarteto Oreste ( hijos de Pablo Flores ), y la banda 20 de diciembre de Cotorra. Con toda esta música encima, la descarga llegó a eso de las 4 de la mañana, recibiendo el alba, dándole los buenos días al porro. Durante casi dos horas emprendimos un recorrido detrás de las bandas que iban rumbo a la tarima principal para entre todas conformar la Gran Banda Pelayera. Más de 500 músicos en tarima, interpretando al unisino el himno nacional ; temas como “ soy Pelayero “ y el gran cierre con el “ Maria Varilla “, el más representativo del festival. Justo en ese momento de alucinación sonora, tuve un instante de lucidez para entender que el porro es una actitud, un rito místico y religioso, una danza, una forma culinaria, una energía que se mete por los pies y desemboca en un baile incitador, coqueto, femenino, donde tienes que bailar con los brazos arriba, abrazando al viento que trae los sonidos para tu alma.
Solo puedes sonreír ante el espasmo de emociones que produce vivr una alborada. Te olvidas de dónde vienes, dejas de existir como individuo para entregarte al regocijo colectivo, a la dicha de existir, a la gracia de estar vivo , al placer del baile. El cuerpo se transforma, el porro está vivo.
En san Pelayo no se duerme, se toma ron y se baila en cada esquina. Se viven los desfiles callejeros, se come sancocho pelayero, diabolines, suero con yuca, se toma jugo de carambolo, te refrescas con raspado de colores, te emparrandas con la gente , te enamoras en la rueda de fandango, te entregas a la música y ella te recibe con la calidez que tienen las cosas sencillas.
Este festival es la consecuencia de una herencia musical que se ha pasado de forma oral y también enseñada. De niños ya están contagiados con su cultura, la defienden , la bailan con sus tías, la tocan en las calles. El sabor que queda luego de convivir durante cuatro días con estas personas que parecieras conocer de siempre, es de gratitud por no dejar morir sus tradiciones, por hacerle resistencia a esos híbridos culturales del mundo moderno. En sus hogares se vive la fiesta y las tarimas son el espacio propicio para recordar la importancia del baile. Cada año, los pelayeros se engalanan para mostrar lo mejor de su cultura, son grandes anfitriones, y desde ahora, grandes amigos mios del porro.
Costeños de agua dulce, cienagueros , habitantes de la riviera del sinú , gracias por tan bellos sonidos. Si la vida lo permite empacaré mi mochila, mi sombrero 21 vueltas y un par de sandalias para no parar de bailar.
Que vivan los sabores del porro.
Por Luisa Piñeros
El porro se cultiva silvestremente en el patio de las casas cordobesas. En los solares se toca, en la plaza se baila, en las escuelas se enseña.
Dentro del ADN de los habitantes de la región, vienen incluidos bombardinos, clarinetes, trompetas, redoblantes, bombos, platillos y voces que por décadas han ayudado a consolidar un movimiento musical que reafirma la identidad sínuense.
El Festival del Porro de San Pelayo celebró durante el 26 y el 29 de Junio, su edición número 33, iniciando desde 1977 de forma rudimentaria pero con la intuición de poner al porro en el status que ha ganado en estos largos años.
Pisar tierra pelayera es entrar en un mundo desconocido en el que poco a poco sus habitantes se encargan de mostrar. Así como las puertas de las casas permanecen abiertas, los corazones están de par en par para compartir con foráneos como yo.
El festival se empieza a vivir justo en el momento en el que las bandas hacen su arribo una tras otra a la plaza principal. Su carta de presentación y la manera de decir aquí llegamos, es la interpretación de algún porro tapado, palitiao, fandango o cumbión. Con esa primera impresión, los espectadores y lugareños, empiezan a tomarle la temperatura a los concursantes.
Las noches en la tarima Maria Varila estuvieron llenas de notas en diferentes géneros. Como preámbulo a la mágica Alborada, los motores los calentamos con Adriana Lucia, Juancho Torres y su Orquesta, La Banda Maria varilla de san Pelayo, el cuarteto Oreste ( hijos de Pablo Flores ), y la banda 20 de diciembre de Cotorra. Con toda esta música encima, la descarga llegó a eso de las 4 de la mañana, recibiendo el alba, dándole los buenos días al porro. Durante casi dos horas emprendimos un recorrido detrás de las bandas que iban rumbo a la tarima principal para entre todas conformar la Gran Banda Pelayera. Más de 500 músicos en tarima, interpretando al unisino el himno nacional ; temas como “ soy Pelayero “ y el gran cierre con el “ Maria Varilla “, el más representativo del festival. Justo en ese momento de alucinación sonora, tuve un instante de lucidez para entender que el porro es una actitud, un rito místico y religioso, una danza, una forma culinaria, una energía que se mete por los pies y desemboca en un baile incitador, coqueto, femenino, donde tienes que bailar con los brazos arriba, abrazando al viento que trae los sonidos para tu alma.
Solo puedes sonreír ante el espasmo de emociones que produce vivr una alborada. Te olvidas de dónde vienes, dejas de existir como individuo para entregarte al regocijo colectivo, a la dicha de existir, a la gracia de estar vivo , al placer del baile. El cuerpo se transforma, el porro está vivo.
En san Pelayo no se duerme, se toma ron y se baila en cada esquina. Se viven los desfiles callejeros, se come sancocho pelayero, diabolines, suero con yuca, se toma jugo de carambolo, te refrescas con raspado de colores, te emparrandas con la gente , te enamoras en la rueda de fandango, te entregas a la música y ella te recibe con la calidez que tienen las cosas sencillas.
Este festival es la consecuencia de una herencia musical que se ha pasado de forma oral y también enseñada. De niños ya están contagiados con su cultura, la defienden , la bailan con sus tías, la tocan en las calles. El sabor que queda luego de convivir durante cuatro días con estas personas que parecieras conocer de siempre, es de gratitud por no dejar morir sus tradiciones, por hacerle resistencia a esos híbridos culturales del mundo moderno. En sus hogares se vive la fiesta y las tarimas son el espacio propicio para recordar la importancia del baile. Cada año, los pelayeros se engalanan para mostrar lo mejor de su cultura, son grandes anfitriones, y desde ahora, grandes amigos mios del porro.
Costeños de agua dulce, cienagueros , habitantes de la riviera del sinú , gracias por tan bellos sonidos. Si la vida lo permite empacaré mi mochila, mi sombrero 21 vueltas y un par de sandalias para no parar de bailar.
Que vivan los sabores del porro.
sábado, 13 de junio de 2009
EDSON VELANDIA... ¡¡¿QUIENEJESEMÁN?!!
Edson Velandia. Nombre que no dice mayor cosa, poco sonoro, nada pegajoso. Una de esas particulares generalidades. En el ámbito de la “música nacional”, tal vez alguno recuerde, con el apellido, lo de la vereda de tal en la inolvidable “Cucharita”, de Velosa. Pero no le hace, Edson Velandia, gran anónimo, no es de Saboyá; nació en Piedecuesta, departamento de Santander.
A continuación un breve perfil del personaje, inspirado en su música (es músico, si señoras), en sus discos y en lo conmovedor de su presencia cuando decide pararse en el escenario. Aquí no hablamos de carrera, mejor referirse a una trocha de experiencias de eso que a falta de etiqueta se puede denominar “perspectiva interdisciplinaria”. Cuidado con las ramas.
Cuenta Velandia con la nada despreciable cifra de cinco producciones discográficas, aunque no todas hechas por el solito. De primerazo, un disco que pudo ser, pero no fue, un gran paso en no se sabe qué dirección, solo se sabe que gran paso. La agrupación “Cabuya”, que jugó con Edson en la delantera, dio a conocer su primer trabajo en el año 2004. Decimos que “pudo ser” porque “Comienza el garroteo”, como se titula el ejemplar, es uno de esos casos con los que, tristemente, “no paso nada”.
Pasó mucho en realidad, pero nada prosperó. Como que sí se conoció Cabuya, como que no, y todos los conciertos en Bogotá se llenaban, pero entonces, cuando se animaron a trastearse de Bucaramanga a la temible capital, pues el capital mismo se encargó de reventarlos. El primero en salir a volar fue don Velandia. Aquí que no peco dijo y de una vez fue que empacando la maleta agarró su soberana y de vuelta pa’ Piedecuesta, su pueblo. Sin echarle mucho lápiz, puede decirse que un gran logro de esa etapa fue allanar terreno para nuevas producciones.
Entre el año 2006 y el 2007, Edson habitaba a ratos en la casa de su padre, Germán Velandia, otro de esos indomables del verbo musical. Lo saludé de mano un domingo cuando muy atento del esférico, don Germán esperaba el gran evento de la tarde viendo la televisión. Aún me cuesta imaginar que persona tan aparentemente normal, se haya ganado un carro a costa de las risotadas del público que quince años atrás lo coronó campeón cuentachistes en Sábados Felices.
La poco recordada celebridad del papá Velandia es debida a su torbellino “Las Profesiones”, escrito en el estilo que de pasó marcó la vena creativa de Edson Velandia infante. Ya en la adolescencia, al hijo Velandia le dio por los chistes, la guitarra y otro poco de cosas que lo llevaron a la puerta de la academia y más tarde, o sea ahora, a inventar su propia manera de conjugarlo todo, sin olvidar de dónde es que viene el humor de sus canciones y lo buen payaso en general de su actitud. Por eso dice que su música es “jución”, no “fusión”. Viene más bien como de “conjugar” y “jugar”: jugar a ser alcalde por ejemplo, y conjugarlo con una cabeza de burro.
Sin querer queriendo se puso en escena el juego el 25 de marzo del año 2007. Ese día nada de raro tenía un concierto. En Piedecuesta es normal desde hace 100 años que cada domingo o festivo, la Banda Municipal realice una retreta por la tarde para los paseantes de la plaza principal. Lo anormal fue que al evento se sumase un telonero. Por eso el desfile del “man cabeza’e burro” causó conmoción, sorpresa y regocijo. Luego de verlo pasar con su cortejo musical, inaugurando el concierto, a Don Germán se le notó orgulloso de encontrar encarnado en su heredero aquel “príncipe de la falacia”, regente de risotada y jolgorio.
Así fue el lanzamiento de un nuevo producto: “Once Rasqas”. Y claro, un paso grande de la nueva agrupación: “Velandia y la Tigra”. La euforia del puñado de fanáticos que a trancas corearon sus canciones a pesar del aguacero, por un lado, y de lo intrincado de los textos, por el otro, selló con broche brillante un evento que esperamos no se olvide en un buen rato. Es posible, varias cámaras se encargaron de convertirlo en documento.
Resumamos pues afirmando que el hijo Velandia recibió de su padre el amor y admiración por la carranga. Algo de músico y bachiller le quedó también de los años en el Colegio Departamental “Balbino García”. Remató el prócer con su paso por la Universidad Autónoma de Bucaramanga, donde tuvo la fortuna de encontrar influyentes maestros como Blas Emilio Atehortúa, quien le aportó algunos secretos propios de la rigurosa formación académica occidental.
En el plano popular, “Santacruz” fue de los primeros intentos, hace poco más de tres lustros. Ese grupo juvenil fue el germen del mentado “Cabuya”, que a su vez fue partícipe en la histórica primera edición del finado Festival Nacional de Fusión de la Universidad Nacional de Colombia (qué lástima ese evento), en el año 2004. De esa forma hicieron público el proyecto por primera vez en la ciudad de Bogotá. Además de las 14 canciones escritas por Edson y Sergio Arias, “Cabuya” entregó con la segunda edición del disco un video dirigido por el mismo Edson.
Lo anterior solo para mencionar con cierta lógica que el hijo Velandia también le jala al audiovisual. Por eso fundó su propia empresa, “Cinechichera Reproducciones”, que le ha patrocinado no se sabe de cómo dónde, caprichos con personajes callejeros y viajecitos variopintos que incluyen desde el caribe, hasta el nordeste antioqueño. Cuentan que por allá entre el rojo monte se vino a encontrar un amor, pero obviamos el tema porque en amores se nos puede ir toda la mañana.
“Cinechichera” ofrece a su público 9 reproducciones: del año 2002, “Péreje”, corto documental de 2 minutos con 4 niños vendedores de semáforo; del año 2005, “El Bendito”, documental sobre el centenario gaitero Enrique Arias, realizado en el marco del festival de gaitas “Francisco Llirene” de Ovejas, Sucre; del mismo año un video-clip de la canción “El campesino alegre” interpretada por Macías, el cantor de Lejanías, cuya realización se desarrolló en Zona Rural de Segovia y Remedios, departamento de Antioquia; 2006 llegó con otro video-clip, la canción “Mono Hit”, que se hizo con los raperos Calle Zona, de Bucaramanga, y la gente de Cabuya. Tremendo tema.
Antes de aquel, en el año 2004, estuvo listo el mencionado video-clip de “El Billetico”, con Cabuya, y finalmente el video de “El Sietemanes”. Decimos que finalmente, porque con éste se cierra una y arranca otra etapa, de la cual son los videos correspondientes a “La Tigra”. “Sietemanes”, primer sencillo de la música rasqa, fue dirigido por el reconocido Rubén Mendoza.
Después de muchos besos y abrazos, el video pudo conocerse en 2007. Le siguieron “La cuña”, realizado por Frank Benites, “Dejo”, realizado por Mendoza, que como insigne caballero se agarro de otra tajada, y “La mafia del aguacate”, otra de esas canciones que, como “El Billetico”, ya venían desde los años de “Cabuya”. Ese lo realizó William Jones.
Van dos discos. El año que no olvida Germán Velandia es 1992. “Las profesiones”, el torbellino garlado, no fue solamente el golpe definitivo de su triunfo en Sábados Felices, sino también una reflexión burlona que, 17 años después, conserva su vigencia: un diálogo efectivo entre la academia y el conocimiento de indumentaria popular. Quizá por eso es uno de los temas más llamativos del disco “Amor, humor y canciones”, producción del año 2007, igual que las “Once Rasqas”. Aquí son diez canciones sobre tópicos variados.
Germán Velandia y su grupo “El Son Picante”, integrado entre otros por el propio papá Velandia, el Ñeque y Mapache, son exponentes de la carranga tipo exportación. Y como aporte especial, hay un tema interpretado por el hijo Velandia, con sección rap montañero a cargo de Sergio Arias, una vez más, ex – militante de “Cabuya”. Éste tema, titulado “Por jin chinita” es de lo más progresivo que se ha hecho en toda la historia del espectro carranguero.
Van tres. El otro se llama “Sócrates”, también de 2007, un disco dedicado a la infancia. Sin embargo, al escucharlo puede notarse que en su concepción la frontera de los años no existe. Es una producción con canciones que perfectamente pueden empatar en un bar, en la sala de la casa o en el jardín infantil. Gran virtud, esta novedosa propuesta fue desarrollada junto a niños y niñas pertenecientes al jardín infantil “La ronda” de Bucaramanga, quienes se entendieron a la perfección con Edson y con Gabriel Matute, bajista de “La Tigra” y escudero efectivo en estas locas aventuras.
Luego de ires y venires, de conciertos en bares anónimos y agarrones familiares, “La Tigra” se coronó un espacio en Rock al Parque 2008. Pero el aguacero, poderoso e invencible como el azar, se fue levantando detrás del escenario y en menos de tres canciones acabó con el tímido solecito y de paso la mejor cara que pudo poner el pobre cabeza e’burro. Alcanzaron a tocar cuatro canciones, pero luego de todo este carretazo, el lector entenderá el nivel de frustración con el que quedamos los pocos asistentes.
Culpa de nadie, pero que sea un motivo, (salud), para estar atentos de lo que sucede en estos días con “Velandia y la Tigra”. Junio, 2009, mes del lanzamiento de su esperada segunda producción. Con sus palabras: “En este capitulo el man Cabeza e´burro personifica a Miles Broncas, mejor conocido como Superzencillo, ¿un super héroe del monte?, ¿un burro con plata?”.
En la Radio Nacional se le escucha hace días el discazo y podemos decir que el hijo Velandia, aunque terco, no es ningún burro. Y claro, pocos billetes, pero dignos de mucha confianza. Edson Velandia es un fruto sin gusano. Bien lo dijo en otra rasqa: para pelearle al diestro, mejor entrenarse en páramo. “Superzencillo”.
Cinco, salgo a seguir buscando.
JOSÉ PERILLA
Junio de 2009
A continuación un breve perfil del personaje, inspirado en su música (es músico, si señoras), en sus discos y en lo conmovedor de su presencia cuando decide pararse en el escenario. Aquí no hablamos de carrera, mejor referirse a una trocha de experiencias de eso que a falta de etiqueta se puede denominar “perspectiva interdisciplinaria”. Cuidado con las ramas.
Cuenta Velandia con la nada despreciable cifra de cinco producciones discográficas, aunque no todas hechas por el solito. De primerazo, un disco que pudo ser, pero no fue, un gran paso en no se sabe qué dirección, solo se sabe que gran paso. La agrupación “Cabuya”, que jugó con Edson en la delantera, dio a conocer su primer trabajo en el año 2004. Decimos que “pudo ser” porque “Comienza el garroteo”, como se titula el ejemplar, es uno de esos casos con los que, tristemente, “no paso nada”.
Pasó mucho en realidad, pero nada prosperó. Como que sí se conoció Cabuya, como que no, y todos los conciertos en Bogotá se llenaban, pero entonces, cuando se animaron a trastearse de Bucaramanga a la temible capital, pues el capital mismo se encargó de reventarlos. El primero en salir a volar fue don Velandia. Aquí que no peco dijo y de una vez fue que empacando la maleta agarró su soberana y de vuelta pa’ Piedecuesta, su pueblo. Sin echarle mucho lápiz, puede decirse que un gran logro de esa etapa fue allanar terreno para nuevas producciones.
Entre el año 2006 y el 2007, Edson habitaba a ratos en la casa de su padre, Germán Velandia, otro de esos indomables del verbo musical. Lo saludé de mano un domingo cuando muy atento del esférico, don Germán esperaba el gran evento de la tarde viendo la televisión. Aún me cuesta imaginar que persona tan aparentemente normal, se haya ganado un carro a costa de las risotadas del público que quince años atrás lo coronó campeón cuentachistes en Sábados Felices.
La poco recordada celebridad del papá Velandia es debida a su torbellino “Las Profesiones”, escrito en el estilo que de pasó marcó la vena creativa de Edson Velandia infante. Ya en la adolescencia, al hijo Velandia le dio por los chistes, la guitarra y otro poco de cosas que lo llevaron a la puerta de la academia y más tarde, o sea ahora, a inventar su propia manera de conjugarlo todo, sin olvidar de dónde es que viene el humor de sus canciones y lo buen payaso en general de su actitud. Por eso dice que su música es “jución”, no “fusión”. Viene más bien como de “conjugar” y “jugar”: jugar a ser alcalde por ejemplo, y conjugarlo con una cabeza de burro.
Sin querer queriendo se puso en escena el juego el 25 de marzo del año 2007. Ese día nada de raro tenía un concierto. En Piedecuesta es normal desde hace 100 años que cada domingo o festivo, la Banda Municipal realice una retreta por la tarde para los paseantes de la plaza principal. Lo anormal fue que al evento se sumase un telonero. Por eso el desfile del “man cabeza’e burro” causó conmoción, sorpresa y regocijo. Luego de verlo pasar con su cortejo musical, inaugurando el concierto, a Don Germán se le notó orgulloso de encontrar encarnado en su heredero aquel “príncipe de la falacia”, regente de risotada y jolgorio.
Así fue el lanzamiento de un nuevo producto: “Once Rasqas”. Y claro, un paso grande de la nueva agrupación: “Velandia y la Tigra”. La euforia del puñado de fanáticos que a trancas corearon sus canciones a pesar del aguacero, por un lado, y de lo intrincado de los textos, por el otro, selló con broche brillante un evento que esperamos no se olvide en un buen rato. Es posible, varias cámaras se encargaron de convertirlo en documento.
Resumamos pues afirmando que el hijo Velandia recibió de su padre el amor y admiración por la carranga. Algo de músico y bachiller le quedó también de los años en el Colegio Departamental “Balbino García”. Remató el prócer con su paso por la Universidad Autónoma de Bucaramanga, donde tuvo la fortuna de encontrar influyentes maestros como Blas Emilio Atehortúa, quien le aportó algunos secretos propios de la rigurosa formación académica occidental.
En el plano popular, “Santacruz” fue de los primeros intentos, hace poco más de tres lustros. Ese grupo juvenil fue el germen del mentado “Cabuya”, que a su vez fue partícipe en la histórica primera edición del finado Festival Nacional de Fusión de la Universidad Nacional de Colombia (qué lástima ese evento), en el año 2004. De esa forma hicieron público el proyecto por primera vez en la ciudad de Bogotá. Además de las 14 canciones escritas por Edson y Sergio Arias, “Cabuya” entregó con la segunda edición del disco un video dirigido por el mismo Edson.
Lo anterior solo para mencionar con cierta lógica que el hijo Velandia también le jala al audiovisual. Por eso fundó su propia empresa, “Cinechichera Reproducciones”, que le ha patrocinado no se sabe de cómo dónde, caprichos con personajes callejeros y viajecitos variopintos que incluyen desde el caribe, hasta el nordeste antioqueño. Cuentan que por allá entre el rojo monte se vino a encontrar un amor, pero obviamos el tema porque en amores se nos puede ir toda la mañana.
“Cinechichera” ofrece a su público 9 reproducciones: del año 2002, “Péreje”, corto documental de 2 minutos con 4 niños vendedores de semáforo; del año 2005, “El Bendito”, documental sobre el centenario gaitero Enrique Arias, realizado en el marco del festival de gaitas “Francisco Llirene” de Ovejas, Sucre; del mismo año un video-clip de la canción “El campesino alegre” interpretada por Macías, el cantor de Lejanías, cuya realización se desarrolló en Zona Rural de Segovia y Remedios, departamento de Antioquia; 2006 llegó con otro video-clip, la canción “Mono Hit”, que se hizo con los raperos Calle Zona, de Bucaramanga, y la gente de Cabuya. Tremendo tema.
Antes de aquel, en el año 2004, estuvo listo el mencionado video-clip de “El Billetico”, con Cabuya, y finalmente el video de “El Sietemanes”. Decimos que finalmente, porque con éste se cierra una y arranca otra etapa, de la cual son los videos correspondientes a “La Tigra”. “Sietemanes”, primer sencillo de la música rasqa, fue dirigido por el reconocido Rubén Mendoza.
Después de muchos besos y abrazos, el video pudo conocerse en 2007. Le siguieron “La cuña”, realizado por Frank Benites, “Dejo”, realizado por Mendoza, que como insigne caballero se agarro de otra tajada, y “La mafia del aguacate”, otra de esas canciones que, como “El Billetico”, ya venían desde los años de “Cabuya”. Ese lo realizó William Jones.
Van dos discos. El año que no olvida Germán Velandia es 1992. “Las profesiones”, el torbellino garlado, no fue solamente el golpe definitivo de su triunfo en Sábados Felices, sino también una reflexión burlona que, 17 años después, conserva su vigencia: un diálogo efectivo entre la academia y el conocimiento de indumentaria popular. Quizá por eso es uno de los temas más llamativos del disco “Amor, humor y canciones”, producción del año 2007, igual que las “Once Rasqas”. Aquí son diez canciones sobre tópicos variados.
Germán Velandia y su grupo “El Son Picante”, integrado entre otros por el propio papá Velandia, el Ñeque y Mapache, son exponentes de la carranga tipo exportación. Y como aporte especial, hay un tema interpretado por el hijo Velandia, con sección rap montañero a cargo de Sergio Arias, una vez más, ex – militante de “Cabuya”. Éste tema, titulado “Por jin chinita” es de lo más progresivo que se ha hecho en toda la historia del espectro carranguero.
Van tres. El otro se llama “Sócrates”, también de 2007, un disco dedicado a la infancia. Sin embargo, al escucharlo puede notarse que en su concepción la frontera de los años no existe. Es una producción con canciones que perfectamente pueden empatar en un bar, en la sala de la casa o en el jardín infantil. Gran virtud, esta novedosa propuesta fue desarrollada junto a niños y niñas pertenecientes al jardín infantil “La ronda” de Bucaramanga, quienes se entendieron a la perfección con Edson y con Gabriel Matute, bajista de “La Tigra” y escudero efectivo en estas locas aventuras.
Luego de ires y venires, de conciertos en bares anónimos y agarrones familiares, “La Tigra” se coronó un espacio en Rock al Parque 2008. Pero el aguacero, poderoso e invencible como el azar, se fue levantando detrás del escenario y en menos de tres canciones acabó con el tímido solecito y de paso la mejor cara que pudo poner el pobre cabeza e’burro. Alcanzaron a tocar cuatro canciones, pero luego de todo este carretazo, el lector entenderá el nivel de frustración con el que quedamos los pocos asistentes.
Culpa de nadie, pero que sea un motivo, (salud), para estar atentos de lo que sucede en estos días con “Velandia y la Tigra”. Junio, 2009, mes del lanzamiento de su esperada segunda producción. Con sus palabras: “En este capitulo el man Cabeza e´burro personifica a Miles Broncas, mejor conocido como Superzencillo, ¿un super héroe del monte?, ¿un burro con plata?”.
En la Radio Nacional se le escucha hace días el discazo y podemos decir que el hijo Velandia, aunque terco, no es ningún burro. Y claro, pocos billetes, pero dignos de mucha confianza. Edson Velandia es un fruto sin gusano. Bien lo dijo en otra rasqa: para pelearle al diestro, mejor entrenarse en páramo. “Superzencillo”.
Cinco, salgo a seguir buscando.
JOSÉ PERILLA
Junio de 2009
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